El periodista de la Revista de La Nación, Mariano Casas di Nardo, me pide algunas opiniones para una entrega que está preparando sobre ‘vida y muerte’. Los interesados pueden leer el texto que envié:
Para Néstor Braunstein:
Nombre: Néstor A. Braunstein (Bell Ville – Cba. – 1941)
Edad:72
Profesión: Médico, Doctor en Medicina y Cirugía, Psiquiatra, Psicoanalista
Lugar de residencia: Hortensia 234-11 (01030) – México D.F.
Trayectoria y libros escritos: Profesor Titular en la Universidad Nacional de Córdoba – Exiliado en México desde 1974 – Profesor Titular del Posgrado en las Facultades de Psicología y de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Mëxico desde 1975 – Pionero de la enseñanza de Lacan en México – Autor de más de más de 20 libros sobre temas de psicoanálisis – Referencias: Wikipedia en inglés y español y www.nestorbraunstein.com
Obras más destacadas: Psicología. Ideología y ciencia (México, 1975, 26 ediciones) Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis – Hacia Lacan. (México, 1980, 14 ediciones), El goce: Un concepto lacaniano. (México, 1990, traducido al francés y al portugués). Freudiano y lacaniano (Buenos Aires, 1994) Trilogía sobre la memoria (traducciones al francés y al inglés). Coautor del Cambridge Companion to Lacan (Cambridge, 2004) El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista (México, 2012) Coautor y editor de Freud. A cien años de Tótem y tabú (México, París y Rio de Janeiro, 2013) Clasificar en psiquiatría (México y Buenos Aires, 2013).
Más de 300 artículos publicados en revistas de todo el mundo además de los trabajos en el periodismo cultural.
La idea de la nota “Sobre la vida y la muerte”, consiste en indagar sobre la dicotomía que separa a la gente que trabaja y convive con la muerte, de aquellos que no pueden ni nombrarla, que les da temor o directamente los paraliza de solo pensarlo. La idea es saber de, por ejemplo Criminólogos, Forenses, Tanatólogos, Oncólogos y Periodistas de policiales, cómo son sus vidas lidiando y trabajando todo el tiempo con la muerte, qué significa para ellos, cómo lográn disociarlo de sus vidas personales, afectivas, qué nivel de involucramientos tienen con cada caso y demás.
Hago esta introducción por si le dispara a escribirme o contarme algo que yo no pregunte.
Preguntas:
¿Qué significa para usted la muerte?
Nada nuevo podría decir sobre ese tema de la muerte, el que más ha ocupado a los pensadores de todos los tiempos y lugares. La muerte es consustancial y forma parte de la vida. Mejor dicho, la vida es un corte fugaz en la inercia estática de la muerte. La vida —dijo el médico en 1800— es el conjunto de las funciones que resisten a la muerte. La muerte es la compañera inseparable del ser humano desde que nace… es tan cierta y segura que infinitas tradiciones y todas las acciones del hombre se esfuerzan por negarla o esconderla.
En el plano subjetivo, el mío y el de aquellos a quienes me toca analizar, la vida comienza no en la fecundación ni en el nacimiento sino en el momento luctuoso en que uno descubre que la muerte está presente en sí mismo y en quienes lo rodean, que es el horizonte de todos los vínculos humanos y que nadie la ve como propia sino como algo de lo que se entera por la muerte del otro. Las frases más efectivas se vuelven lugares comunes: “no creeré en la muerte mientras esté vivo”, “cuando uno de los dos muera me iré a París”, “si me muero quiero que…”, etc.
¿Qué cree que puede llegar a acercar a un ser humano a realizar estos trabajos que no son del todo común en el imaginario colectivo de las profesiones?
Somos muertos con permiso, cadáveres con licencia, cuerpos que asisten al trabajo per-sitente, in-sistente, de ser existente, ex-sistente a sí mismo, por esa presencia de la muerte. Las pulsiones de vida son sirvientes involuntarios de la pulsión de muerte, la que transforma a la vida que respira y transpira en escritura, en grafismos inertes que nada quieren. Hay quienes se niegan a verlo así, escritores tanatofóbicos como el maravilloso Vladimir Nabókov, hay gente que ante el mal tiempo (esa inevitabilidad de la muerte) pone buena cara, etc. Y hay otros que desafían eso que saben y temen: deportistas de alto riesgo, militares que hacen de la muerte su profesión, médicos por “formación reactiva”, fabricantes de escatologías redentoras, matarifes y sepultureros, Hamlets que recitan sus monólogos con el cráneo en la mano, creyentes en la reencarnación y en el otro mundo, embalsamadores, escépticos que demuestran su razón con una pregunta infantil: “¿Adónde se va la luz cuando se apaga”?, esperanzados de la clonación y la hibernación que matarán “científicamente” a la muerte.
¿Qué son religión, filosofía, ciencias, artes, instituciones, ciudades, todas las obras humanas sino alusiones, evocaciones y concreciones funerarias, “muerte que anda luciendo”? Todos tienen que “ganarse la vida” eligiendo la manera de perderla.
Como lacaniano puedo triplicar a la muerte dividiéndola en real (la del cuerpo que se cadaveriza), imaginaria (ningún espejo reflejará mi rostro a partir de entonces; nadie podrá decir “yo” en mi lugar) y simbólica (el nombre que queda escrito en documentos, lápidas, descendientes, obras, famas e infamias… antes de caer en el olvido definitivo).
En base a su trayectoria, cómo procesa el cerebro humano la idea de la muerte. Por qué en algunas personas no se le puede ni mencionar la palabra y otras trabajan con ello, como forenses, criminólogos y demás. Cómo piensan ese cuerpo humano sin vida y demás.
“En base a mi trayectoria…” Parece una invitación a la confesión autobiográfica. Mi tío Tito estudiaba medicina. Yo tenía 4 años y jugaba con la calavera con la que él aprendía anatomía. Para mí era “el Pirucho” y cuando me preguntaban quién era Pirucho respondía muy serio: “la cabeza de un hombre muerto”. A los 14 años me inscribí en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba; mi padre me acompañó a recoger un esqueleto en el cementerio de Río Cuarto, lo curamos con cal viva y desde entonces tuve mi propio Pirucho. A esa edad compré bisturí y separador de tejidos y entré a disecar cadáveres en el anfiteatro de anatomía. Recuerdo los chistes de mis compañeros, la necrofilia larvada, el pestilente olor a formol. A los 20 era médico y a los 25 “doctor en medicina y cirugía” (jaja, dirían los chavos de hoy). Pero me interesaba “la vida anímica”, la vivisección del inconsciente por medio del diálogo, y eso me llevó a preguntarme por la muerte psíquica que es para muchos la locura y al psicoanálisis, ese estudio pormenorizado de cómo cada uno se abre camino en medio de lo único que nos es dable elegir: nuestro propio camino a la muerte, nuestra manera de ir muriendo cada día dejando signos en los demás, en la tierra, en el lenguaje, en las instituciones políticas, en la asignación de títulos de propiedad, en la memoria, ese museo de la muerte.
¿Algo que quiera agregar? El mes pasado me hicieron
un cuestionario periodístico para Reforma de México.
-Finalmente, y partiendo de que no hay etiquetas válidas para clasificar las enfermedades mentales, ¿cómo definiría usted la locura?
La locura no es una enfermedad y nadie ha sabido definir sus causas (a lo sumo se llega a explicaciones plausibles pero discutibles) y mucho menos ha encontrado su patología (histológica, química, genética) o alguna forma de anomalía funcional (“fisiopatología” en el vocabulario de la medicina).
Entiendo que la locura es un corte transitorio en la relación del sujeto con el otro y que se llama locura a la separación, a la interrupción del vínculo social. En ese sentido “el loco es el único hombre libre” pues se ha emancipado de la exigencia de quedar anudado o enlazado en los lazos de la convención. Esa separación no es nunca completa ni definitiva: el sujeto de la locura no pierde nunca todas sus amarras con la realidad (que es la del Otro) y es responsabilidad del tratante (psiquiatra o psicoanalista) el colocarse de su lado, el ver las cosas desde su interior y no desde el exterior de las demandas de la cultura, de la familia, del sistema político, del manual de diagnósticos psiquiátricos, del conjunto de “normas” que corresponden a la vida de esa abstracción que es el “hombre promedio” o “normal”. La locura es la imposibilidad o el rechazo a vivir en el mundo de los otros y es también el clamor por ser escuchado y entendido desde un lugar de singularidad. Es en ese camino de escuchar y no de rechazar o de normalizar donde la psiquiatría no estandarizada en ningún “DSM” y el psicoanálisis pueden encontrarse.
Fue un gran maestro ,lo conocí en Mejico, en la UNAM , durante mis estudios de postgrado . Espero que todo lo que dió, quede en nuestros corazones y podamos honrar su memoria, y difundir sus enseñanzas de vida!