Una particular publicación mexicana, Ludus vitalis, dedicada a las ciencias y su relación con la filosofía, me hace una insólita pregunta que me toma desprevenido y me lleva a pergeñar una insólita respuesta.
¿De qué forma su práctica profesional genera valor, es decir, cómo participa en el desarrollo de la sociedad?
La pregunta que se nos hace y que valoro y agradezco que se formule también a un psicoanalista, me parece clara y oportuna. Sensacional, me animo a decir, digna de formularse a todos y cada uno de los investigadores, pensadores y, más aun, a cada una de las personas que tratamos de manera cotidiana. Parece sencilla de contestar pero dista de serlo. Por el contrario: merece un detenido y riguroso análisis epistemológico, filológico, axiológico e ideológico. El lector de este número de Ludus Vitalis, donde se juega la vida, donde se juega con la vida, advertirá de inmediato que en mi encabezamiento parezco haber repetido la pregunta planteada a todos los colaboradores. Pero que no es así. Habrá bastado con introducir un mínimo cambio tipográfico, unas itálicas, para desnudar (o para darle otro ropaje, no un disfraz) a la interrogación.
Saltan a la vista las presuposiciones que están implícitas en la pregunta. Los autores de esta “valiosa” cuestión no comienzan por el principio: “¿Es que su práctica profesional genera valor?” sino que dan por resuelto y desde el vamos el objeto de la encuesta: “Su práctica profesional genera valor, por eso le podemos preguntar: ¿De qué forma lo hace?”
Evitemos un eventual malentendido: no estamos atribuyendo una intención sospechosa o reprobable a la interrogación de nuestros amigos de Ludus Vitalis. Todo lo contrario, ellos reflejan una idea de “valor” que es indiscutible para “todo el mundo”: se da por sentado que si alguien se dedica a una “práctica profesional” es porque entiende que con ello “genera valor”. Se (pre)supone que esa actividad o profesión es algo que tiene valor y que, puesto que uno trabaja en eso, el valor se incrementa, se “genera” por la actividad. ¡Nada de “generación espontánea”! Ahora bien, si hay valor y aumento del valor, ese aditamento tiene una clara definición en la palabra misma que lo nombra: plusvalía. Valor agregado. Tal es o debe ser la meta de todo trabajo. Sin discusión. “Generar valor” es “generar plusvalía”. Aumentar los beneficios, los rendimientos, del capital invertido.
Aumentar el “valor”. La palabra tiene bastante ambigüedad y hay que esclarecerla; el DRAE da 14 acepciones diferentes de “valor” y la integra en varios sintagmas que todos reconocemos. Si vamos a la etimología, “valor”, en latín, es “fuerza”. Habremos de tener en cuenta las sutiles distinciones en el idioma inglés entre worth y value, entre price y cost, que no escapan, creo, a ninguno de los lectores de Ludus Vitalis y no porque esos matices hayan sido debatidos sino porque tales sutilezas se dan por admitidas en el discurso y en el uso corriente. La acepción “económica” era prácticamente la única reconocida hasta la segunda mitad del siglo XIX, la que se expresa cuando hablamos de una “Bolsa Mexicana de Valores”. Por cierto que hay muchas otras y que la palabra “valor” es esencial en el discurso filosófico cuando se trata de ética, específicamente, de axiología. ¿Qué o quién es “valioso”? ¿Cuál es la “validez” de una hipótesis o de una teoría científica? ¿Quién es “valiente” y en qué consiste la “valentía” del “valeroso” en comparación con la cobardía? ¿En qué la autenticidad de la firma confiere “valor” a una obra de arte en detrimento de la firma inauténtica e independientemente de la calidad de la obra misma? ¿Cómo la opinión de un “experto” valoriza, da validez, valía y plusvalía al objeto sobre el que se emite un juicio que es siempre un “juicio de valor”?
“Generar valor”, reza la pregunta. El valor no existe antes; él es “generado” por la “práctica profesional”. El trabajo, según la tesis marxista, es la única manera de generar valor cuando se agrega a una materia prima. Existe el “valor de uso” del producto pero lo que importa es, en última instancia, su “valor de cambio”, su “valor” a secas, el precio que la materia trabajada alcanza en el mercado gracias a la actividad del trabajador. La pregunta del título es ahora más clara: ¿cómo entiende usted, profesional activo, que su actividad genera una plusvalía que puede “valuarse” en el mercado?
Llegamos así a la esencia de nuestro argumento que se materializa en un aparente giro retórico sin valor específico: es decir, es decir que la generación de plusvalía es lo mismo (la disyunción del es decir, equivale a un “o” un o de equivalencia (“Jesucristo o el Redentor”) y no un “o” excluyente “iré de vacaciones a Veracruz o a Acapulco”), vel y aut en latín, es decir, la pregunta implica, dice y quiere decir que generar plusvalía es lo mismo que “participar en el desarrollo de la sociedad”. Por lo tanto, si no se genera plusvalía no se participa en el desarrollo de la sociedad. Pero hete aquí que ahora los problemas se multiplican.
Unos participan —¡hay otros que no!— en el “desarrollo de la sociedad”. Digamos: la sociedad (¡ya veremos qué es eso!) ¿está arrollada y hay que desarrollarla? ¿Qué rollo es éste? ¿Es seguro que el desarrollo equivale al “progreso”? ¿”Pro-greso” ¾pasos adelante¾ en qué sentido? ¿Hacia dónde, hacia qué metas? ¿De qué manera usted, profesional, con su actividad, colabora a ese “desarrollo” que —¿qué duda cabe?— es una meta deseable. Si usted dijese que no participa, sería reconocido como un enemigo del progreso, del desarrollo, de la generación de plusvalía, del enriquecimiento? “Participar” es lo que hacemos todos, formar parte, integrarnos, co-laborar. ¿Se atrevería usted a decir que “no participa” y se niega a “colaborar” con su actividad, con su trabajo que debe ser generador de plusvalía? Su valor, el suyo y el de su trabajo —que deberán ser “evaluados”, palabra clave en nuestro vocabulario— depende de la medida en que adhiera a este objetivo compartido: el “desarrollo de la sociedad”. E-valuados, valuados desde afuera, usted no es dueño de su propia valoración.
¿Cuál sociedad es la sociedad? Esta, por supuesto, mi buen amigo. ¿O diría usted que hay otra, otra sociedad, real o posible? ¿Diría que en esta sociedad reinan la injusticia, la opresión, la supresión y el avasallamiento de la subjetividad, el espionaje, la desigual distribución de la riqueza y la educación, la miseria de las mayorías, la discriminación de las minorías, la violencia contra los desposeídos, la entrega del “cuidado de la norma” a la medicina psiquiátrica y del “cuidado del orden” al derecho y a la fuerza judicial para que todos adhieran a la con-vención y se dediquen armónicamente a desarrollar la sociedad? Poco importan esos pruritos: hemos de trabajar por el “desarrollo de la sociedad” generando valor.
¿O diría usted, como dijo un rudo y excéntrico pensador que filosofaba con un martillo, que es necesaria una “transmutación de todos los valores” (Umwertung aller Werte) o que, como dijo otro, hay que poner sobre los pies lo que en cierta filosofía está de cabeza?
Ilustraremos la disyuntiva con un ejemplo que es de actualidad pero que, seguramente, lo seguirá siendo en el porvenir hasta entrar en el reino de la leyenda: el del whistleblower Edward Snowden que ha revelado lo que ya todos sabíamos: hasta qué punto estamos bajo la dominación del Big Brother. ¿Es él quien “genera valor” con su denuncia o “generan valor” los miles de sus compañeros espías, en condiciones privilegiadas de trabajo y con altísimas remuneraciones, acumulan datos relacionados con la privacidad de todos los terrícolas y de sus respectivos gobiernos? La mayoría —¿también usted querido lector espiado?— pensará que Snowden no generó ningún valor y no participó en el desarrollo de la sociedad sino que hizo todo lo contrario, destruyó valores, sembró la desconfianza, hizo caer buenas y costosas máscaras de las sociedades democráticas y comprometidas con los “derechos humanos”. ¿Cuál es el “valor” del gesto de Edward Snowden y quién es el “valiente” o “valeroso” que defiende el “valor de verdad” de la condición en la que vivimos los seres humanos en este momento del pasaje de las “sociedades de disciplina” (Foucault) las “sociedades de control” (Deleuze)?
¿Se propone usted, con su “actividad profesional” “generar valor” o “destruir valor” como todos esos réprobos que llegaron a ser leyenda después de ser condenados a sufrir tormentos y muerte? ¿Está usted del lado de Sócrates y Jesucristo o del lado de la polis ateniense y del sanedrín o del que se lavó las manos? ¿Del lado de Pinochet o del lado de Allende? ¿Del lado de Bush y Obama o del lado de Snowden? Sin que esto implique entrar en fáciles maniqueísmos, admitiendo que la historia es más compleja que las leyendas que se tejen en torno a ella, cabe que nos preguntemos, usted, ustedes, todos, qué es esto de “generar valor” y cuánto “valor” hace falta para desconstruir lo que tan laboriosamente “la sociedad” persiste en “construir” con sus sistemas de valoración y con sus mercados de valores.
Y tal vez ninguna práctica -la del artista- y ninguna producción de tal práctica sea tan extraña y tan «quimérica» como lo es la Obra de Arte: centauro, animal multicolor.
Erratas:
El ingeniero con su práctica y su producción generan valor y poseen ya «valor en sí» en una sociedad en donde el «Desarrollo» es un valor (entendido aquí, por mí, como el «Verbo hecho carne», un motivo para obrar y por el que se obra). Lo generan no porque es él quien consigue determinar qué idea es la que se sobrepondrá a otra (y luego el Verbo), sino porque sin su práctica, sin su quehacer, ese mundo en donde el «Desarrollo» es el valor (motivo) principal de todos los demás quehaceres (y aquellos quienes no están «en sintonía», si quizá decir que se les persigue sería exagerado, al menos sí se les margina de una u otra manera, directa o indirectamente), sería imposible de llevar a cabo, acaso porque el cuerpo (físico, el palpable) del Desarrollo no sea otro sino el de la tecnología y porque quizá, una mirada de amor echada hacia la (primitiva) tecnología de algún punto de la historia europea, hizo emerger la idea de progreso, aquella que pudo establecer ese punto entre el atraso y el adelanto; al fin y al cabo un nuevo valor colocado por encima de los demás. Quién sabe, tal vez esto sea querer ponerme a jugar con el huevo y la gallina o igual y nada más hablo puras porquerías. En fin.
El médico, el abogado, el profesor, es decir, aquellas actividades que se hallan en un punto medio entre el trabajo intelectual y las inocentes (ignorantes de sí) máquinas del ingeniero (a menudo crédulo de las intenciones de la tarea que cree se le ha encomendado (¿Por quién(es)?) cuando bien se le da por un acto de iluminación el reflexionar sobre aquello que hace, -ignorante sí- como sus productos), encuentran, -sí encuentran-, su valor y lo producen en esa labor civilizatoria, en su quehacer mediático y administrativo.
Y el Arte -con sus artistas claro y sin ellos, con sus firmas, hoy por hoy-, el arte estaría en la posición del fútbol de no ser por una cosa: denuncia la vulgaridad de la ignorancia, muestra una estupidez que la ignorancia nunca puede conocer precisamente por eso, por ser congénita a sí misma. Logra sorprender a la ignorancia al rodearla ponerle un espejo en donde la ignorancia -miope- nunca acaba de reconocerse del todo. Pone un alto a lo lejos que quisiera ir de poder hacerlo y ahí se halla el gran misterio.
Como el fútbol, el arte, es un espectáculo ocioso. Deja ganancias que si bien no alcanzan a las de las cifras del fútbol, sí sorprende que al igual que el fútbol y como el, consiguen ser actividades en las que el «valor» que se les otorga no está dado por el valor de la aportación que hacen al Desarrollo (aunque un discurso ignorantón a menudo, incluya al arte en esta marcha unidireccionada de la humanidad desde las cuevas de Altamira hasta el inminente aterrizaje en Marte).
Y es que el arte logra zanjar -incluyendo- valor del dinero, -excluyendo las más de las veces- el valor patriótico y todas esas cosas que hacen del fútbol lo que es: todo mundo se encuentra con el muro del arte, es decir con el muro de su ignorancia y agacha la cabeza reconociendo que no puede hablar de ello: el arte vence a la ignorancia, se corona y orgulloso y arrogante se alza sobre ella; el ignorante con su ignorancia le ha concedido el valor de un incomprensible saber que está le está vedado y ante el cual solo puede alzar los hombros.
Bien o mal los gobiernos destinan fondos para la preservación o el fomento artísticos; grandes empresas tienen fundaciones que se dedican a cosas similares y aquí se dirá que lo hacen como una manera de invertir, pero pienso que va más allá de eso, después de todo, nadie les enseñará a ellas cómo hacer inversiones y seguro habrán mecanismos más eficientes que hacerlo por medio del arte. El común de las personas, prefiere mantener a distancia de sí las expresiones artísticas. Sí, bien o mal «todo mundo» y en el mundo de la eficiencia, de la «aportación» y el «Desarrollo» hay un respeto hacia al arte, un respeto que como dije, surge del temor a ser juzgado, de manera que sin «aportar» demasiado, de hecho muy poco o nada y cuando sí, de una manera irónica, el arte se llena de «valor», económico y moral, y con la moral se llena de poderes tan diversos… es espectáculo y cumbre del pensamiento («pensamiento de otro tipo» no se mal entienda, nada más alejado de mí que el «arte conceptual», no el arte no es solo pensamiento, si lo fuera entonces sería otra cosa) alternativamente; suma ceros a partir de una firma sin que haya tenido que sortear la solución de ningún problema. Es un animal extraño. En fin.
Así que no, la verdad es que no, no se le da un valor implícito a la profesión del artista (creo que ni siquiera es una profesión), más bien se le va descubriendo -no otorgando- a medida que se le va elaborando la pregunta. Pero no, en realidad para efectos del «Desarrollo» no, no hay tal valor. Nada delata mejor la situación como cuando se pregunta: ¿Letras? ¿Música? ¿Y eso para qué sirve? (No sirve para nada ¿Acaso tiene que servir para tener que existir? En última instancia, en cuestión de arte, creo que es la pregunta más estúpida ¿La medicina del bien-estar le dará un lugar digno cuando descubra del todo sus efectos antiestrés?) Se comienza a responder, se comienza a develar la ignorancia del que pregunta, este comienza a valorar porque ha descubierto su posición con respecto a eso, guarda su distancia mientras coexiste con el avalúo que se tiene de la Mona por pertenecer a Leonardo, aunque paradójicamente el retrato no esté firmado.
En justa razón señor escritor. El «valor» esta inmerso en un mundo cósico donde las imágenes (homovidens) le dan la dirección a una práctica profesional.