EL GOCE, EN RESUMIDAS CUENTAS: CONTRIBUCIONES ORIGINALES DE LOS PSICOANALISTAS ARGENTINOS

El Dr. Andrés Rascovsky, ex-presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, ha tenido la idea de confeccionar un diccionario con las aportaciones originales de los psicoanalistas argentinos a la teoría y a la práctica del psicoanálisis. La coordinadora, la Dra. Claudia Borensztejn, calcula tener concluida la obra y publicarla en el año 2014. Ellos consideraron que uno de los aportes valiosos al tema era mi elaboración trabajada durante los últimos 30 años del concepto de Goce (en la enseñanza de Lacan y en la actualidad del psicoanálisis). Para ese diccionario redacté el texto que puede leerse a continuación:

EL GOCE: UN CONCEPTO LACANIANO

Néstor A. Braunstein*

En 1990, decidí publicar un libro que originalmente se llamaba, con la máxima economía de caracteres, Goce (México, Siglo XXI). La obra fue traducida a varios idiomas y considerada como una aportación al tema. En esas traducciones y reediciones se transformó en El goce. Un concepto lacaniano. Intentaré resumir sus proposiciones básicas en tanto pueden aspirar a alguna originalidad.

¿Qué es el goce? ¿Qué variedades de goce pueden reconocerse? ¿Cómo se manifiesta el goce en las diferentes estructuras clínicas: neurosis, psicosis, perversiones, a-dicciones? ¿Cómo incide la noción de goce en la práctica y en la ética de la intervención del psicoanalista en la cura?

Para entrar en materia: no se puede decir, en psicoanálisis, como en el texto del evangelista: “En el principio fue el Verbo” pero tampoco cabe formular: “En el principio fue el goce” pues el goce (que es siempre el de un cuerpo viviente) y el lenguaje, (cuya materia es significante y procede del Otro), están tan íntimamente ligados que nadie podría separarlos. En sínesis y en una definición sumaria: “El goce es el conjunto de modalidades en que el cuerpo es afectado por el lenguaje”.

A partir del concepto de goce considero que es posible y necesario reescribir la historia del psicoanálisis. Habrá que hacerlo, como es siempre el caso, desde el presente hacia la prehistoria, desde aquello que el goce, en nuestra época postlacaniana, en un nuevo siglo, permite entender de lo que fue la obra de Freud y sus discípulos. Pienso que a la obra pionera del fundador se la puede dividir en dos períodos: la dominada por el principio del placer (hasta 1920) y la de ese “más allá del principio del placer” que es, justamente, lo que después se llamaría “goce”, íntimamente ligado a la pulsión de muerte, a un más allá del discurso que toca lo real, aquello para lo cual el placer es un límite.

Muerto Freud, en los años ’40, asistimos a una regresión a la psicología académica, centrada en la noción del “yo” en contraste con el “objeto”, (eso que no falta, que está siempre ahí, dispuesto a transacciones y reacomodos, a “relaciones objetales”) que implican un regreso a la conducta y la conciencia como nociones que desembocan en los actuales maridajes del psicoanálisis con las teorías y terapias “cognitivo-conductuales” y con las clasificaciones “DSM”.

A comienzos de los ’50 irrumpe Lacan con su consideración de la subjetividad en tres registros diferenciados: imaginario, simbólico y real, de los cuales el tercero quedaba como indefinido y enigmático. El psicoanálisis, como él lo entendía en su primera época, está orientado a la reducción de lo imaginario por medio de lo simbólico, recurriendo al único medio de que el psicoanalista dispone, la palabra, para esclarecer el deseo inconsciente. Así desarrolló su “retorno a Freud” hasta un momento preciso, fechable de manera rotunda, el 5 de marzo de 1958, cuando propuso a un auditorio no preparado, que su discurso, centrado hasta entonces en la noción de deseo debía dar lugar al “otro polo” del deseo, a su contrapartida, que es el goce (jouissance). No se retractaba Lacan en 1958 de sus decires anteriores, tan solo reiteraba que el “inconsciente está estructurado como un lenguaje”… pero ese lenguaje del sujeto depende del goce. El aparato lenguajero tiene una misión que es la de transmutar el goce pulsional en discurso. El goce del cuerpo, de las zonas erógenas, está cifrado y habrá que descifrarlo. De algún modo este pasaje del ciframiento al desciframiento y del desciframiento a la traducción había sido adelantado por Freud en su conocido esquema de la carta 52 a Fliess. Ese trayecto del cuerpo (la pulsión) a la palabra (el discurso) como escritura y reescritura del goce puede esclarecerse cuando se ponen en relación la carta de Freud con el análisis de Proust en el final de su búsqueda del tiempo (digamos: del goce) perdido. Allí se constata la sucesión de versiones, de traducciones, que permiten pasar de los signos perceptivos inscriptos en la superficie del cuerpo (el goce del cuerpo) hasta el discurso (el goce del lenguaje, lenguajero si se acepta el neologismo), atravesando las inscripciones del inconsciente y del preconsciente. En la novela de Proust, lo que lleva desde el sabor de las magdalenas y el ruido del hierro del guarda del ferrocarril o el tropiezo en las baldosas de Venecia, hasta la novela que reconstruye la vida.

El despliegue de la subjetividad, del nacimiento en adelante, consiste en esa toma progresiva del goce pulsional (oral, anal, fálico, etc.) en las redes del lenguaje: es la e-ducación, la sumisión a la ley bajo los efectos del complejo de castración que domina de manera retroactiva el proceso de domesticación del animal humano. Se definen así tres modalidades del goce: un goce del ser, anterior a la palabra, un goce fálico, ligado a ese gobierno del lenguaje sobre el cuerpo y un tercer goce, goce Otro, goce del Otro, remanentes y excedentes del goce que no llegan a ser integrados por el discurso. Goce, también, del Otro sexo, Otro que el fálico, que es el goce femenino.

Es necesario desentrañar los equívocos y la confusión entre el goce y la sexualidad entendida en sentido estrecho (más que estricto) como “satisfacción”. La tensión sexual puede aplacarse (experiencia de satisfacción: Beriedigungerlebnis) pero el goce es la exigencia siempre insatisfecha de la pulsión. Los modelos de la necesidad y la demanda no se acomodan al modelo del deseo inconsciente y el goce al que abren camino, más por la frustración y el dolor que por el encuentro afortunado. Debe subrayarse que el orgasmo genital no es la culminación del goce sino la del placer; en ese sentido es una defensa contra el goce de la misma manera que son defensas contra el goce el deseo y la fantasía (fantasme) sexuales. El deseo es deseo de lo que no se tiene, de lo que falta, mientras que el goce es lo que sí se tiene como exigencia del cuerpo, como “fuerza constante” de la pulsión.

Es cada vez más necesario en psicoanálisis distinguir las posiciones de nuestra disciplina en relación con el discurso de Foucault que, en su historia de la sexualidad, confunde a ésta con la genitalidad masculina, al goce con (el uso) de los placeres e ignora paladinamente la existencia de un goce femenino distinto del goce fálico. La postulación de un goce femenino, no ligado a la anatomía ni a la convención, sentido físicamente pero no hablado, suplementario del goce fálico, es uno de los momentos decisivos en la enseñanza de Lacan y da culminación proponiendo una respuesta a las incertidumbres freudianas en torno a lo que quiere una mujer.

¿Cuales son las modalidades clínicas del goce en las neurosis tomando como paradigma a la histeria, definida como “goce de no gozar”, en una relación dialéctica de oposición entre los goces del uno y del Otro? La posición histérica se muestra a plena luz en el rechazo y la no condescendencia entre el goce del sujeto y el de su partenaire (sexual, psicoanalítico, laboral).

¿Cómo se manifiesta el goce en las llamadas perversiones? No en las conductas que llevan ese nombre, no en las fantasías (fantasmes) que son el patrimonio de cualquier neurótico. Perverso es quien pretende ser dueño de un “saber-gozar” que pone en escena al tomar la posición de objeto (metáfora del falo faltante de la madre, proponía Freud) y convertir a su pareja en sujeto que experimenta la angustia cuando es sometido(a) a sus manipulaciones y cláusulas contractuales.

Habrá que desbrozar, finalmente, tres modalidades de la a-dicción del goce: a-dicción pues el sujeto no dice sino que se retira del discurso y entrega su cuerpo al otro como sucede en el suicidio o en la embriaguez y disolución subjetiva por medio de drogas. A-dicción pues no hay un Otro (Autre) que escuche sus palabras o responda a sus súplicas y plegarias, alguien a quien dirigirse con “oraciones” y @-dicción pues el sujeto se entrega como puro cuerpo sin deseo ni fantasma, puro desecho, al supuesto goce del Otro. El paradigma más rotundo de la adicción del goce nos es ofrecido por las psicosis donde, contrariamente a cierta doxa lacaniana, sostengo que “no se elige la psicosis”, que no es una “insondable  decisión del ser”. Si fuese una decisión “del ser” (¿cuál “ser”? ¿un “ser” anterior al sujeto?) estaríamos absolviendo al Otro y transformándolo en un simple testigo de esa tragedia que es la locura. La locura es la derrota del Otro en la carne flagelada del esquizofrénico y en el pensamiento sin dialéctica del paranoico.

De estas consideraciones sobre la naturaleza y la clínica del goce se deriva una ética del psicoanálisis ubicado entre los dos polos, el del deseo y el del goce, orientada hacia una meta que solo puede alcanzarse por el riesgoso camino del amor, siempre, según sabemos, de transferencia: que el deseo condescienda al goce. Invertimos de este modo el aforismo de Lacan sin anularlo: por el sendero del deseo arribamos no al futuro sino a las fuentes de nuestra nostalgia, de la “nostalgia de la muerte” que está más allá del principio del placer. Donde la vida se hace escritura, es decir, lenguaje inanimado.

* Psicoanalista argentino, exiliado en México desde 1974. Pionero en este país de la enseñanza de Lacan. Profesor del posgrado de las Facultades de Psicología y de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

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