DE LA ADAPTACION – México – marzo de 2018

Los amigos Francisco Gómez Mont y Daniela Flores Mosri, de ciudad de México, organizaron en el mes de marzo de 2018 el XII Coloquio de Neurohumanidades que fue intitulado como Neuroestética (Visual. Musical. Verbal). En ese evento, realizado en el auditorio del INSTITUTO NACIONAL DE PSIQUIATRÍA R.F.M. presenté un trabajo titulado EROTANATISMO II que aparece publicado en otra entrada de este blog. En principio íbamos a tener con los amigos organizadores y otros invitados un «conversatorio» (?) en el cual hablaría de un tema que yo mismo propuse, DE LA ADAPTACIÓN. Finalmente esa exposición no encontró lugar en el marco del exitoso «XII Congreso» pero el ensayo que para entonces preparé, aun inédito, me complace incluir aquí como adelanto.

*DE LA ADAPTACION:

Adaptación: ¡vaya palabrita, palabrota, palabreja, tan polisémica, tan presta a los equívocos!

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En mi “Casa y caza de citas”, que aparece como entrada independiente en este blog, adoptaba y adaptaba a un género diferente, en este caso, el de la carta postal, subgénero, felicitación de año nuevo, textos que sepa Dios a qué intenciones respondían. En relación con el título de este frustrado «conversatorio» debo comenzar por decir que  «adaptar» es, también, tergiversar un texto cambiando el contexto representando, por ejemplo, Tristán e Isolda en un barco de crucero (¿osadía o parodia?).

Ahora formulo una advertencia y cambio de discurso. Que no se me acuse de plagio por lo que pueda escribir o decir en este artículo o en esta conferencia de la adaptación pues mucho en ella será un diálogo con un amigo entrañable que ha escrito y publicado, en una poco difundida editorial española, un ensayo extenso, riguroso y original. Hablo de Josep M. Catalá Domenech.[1] En alguna ocasión me permitiré citarlo, en otras comentarlo y no faltarán aquellas en las que exprese opiniones diferentes o complementarias de las suyas. En cada una de esas alusiones variables mis frases serán un homenaje de reconocimiento.

Quiero eslabonar un discurso que tenga sentido para mí con la esperanza de que también lo tenga para ustedes. Algunos somos psicoanalistas, algunos neurocientíficos y neurofilósofos, algunos artistas y otros hay que son beneméritos curiosos. Para formular este discurso, encadenamiento de significantes, tengo que adaptarme a una idea que tengo del público y pedir a ustedes que se adapten a este desa-rrollo y me sigan, tratando de entenderme aunque discrepen de lo que pudiera yo decir. Oirán (gozarán, aun sufriendo) de la relación entre estas palabras y las ideas que tienen ya formadas sobre los temas de los que hablo. Colusiones y colisiones. Hago, con el rudimentario conocimiento que tengo de la lengua española, un esfuerzo de sumisión de mi discurso a sus leyes fonológicas, semánticas y sintácticas para alcanzar una transmisión de mis reflexiones. ¿Soy, por tanto, un neurotransmisor? Eso es lo que está por verse. Adapto mi discurso a leyes que lo gobiernan en el género de la exposición y por eso, al adaptarme yo, me gobiernan a mí. Que se desvanezca la ilusión de la autonomía.

Bregamos por adaptarnos recíprocamente tanto para coincidir como para disentir. Tratamos de reducir el desfasaje que hay o puede haber entre nuestros conocimientos, nuestras “disciplinas” y las de los demás. Intentamos traducirnos al lenguaje del supuesto otro, imaginando cómo podríamos ser interpretados y anticipando equívocos y objeciones. Podemos soñar con eliminar las diferencias asimilándonos a ese otro con la vaga, quizás turbia, conjetura de que podríamos arribar a un discurso común; sería cuestión de disfrazarse y, les confieso, ahorita no tengo ganas. También podemos llegar a entender que nuestros discursos son inconciliables a menos que se demuestre lo contrario: que la topología de las redes neuronales no podría superponerse con la topología de los tres registros lacanianos de lo real, lo simbólico y lo imaginario porque esos tres registros son heterogéneos, no asimilables, sin común denominador. Vale la pena recordar la advertencia de Freud en 1938: todos los progresos de la neurología y del conocimiento del cerebro podrían brindar “la localización precisa de los procesos de conciencia sin contribuir en nada a su inteligencia”. Una idea que se refuerza de modo casi brutal cuando Lacan, también hacia el final de su vida, afirma: “Créanme que he visto suficientes electroencefalogramas en mi vida como para no haber encontrado nunca en ellos ni la huella de un pensamiento”. Y lo mismo vale para las coloridas imágenes de las resonancias magnéticas que son proclives a hipnotizar, según puedo apreciar, a multitudes de calificados neurocientíficos. Se puede sentir que uno “ve” el funcionamiento del cerebro como ve el funcionamiento del corazón en una ecografía pero ¡ay! el funcionamiento del cerebro no es el de la mente sea lo que sea que esa palabra signifique. ¿Qué logran esas imágenes fosforescentes? Permítanme una analogía: la de un mapa que tiene con el territorio la misma capacidad de conocimiento que los mapas de la geografía política tienen para conocer un país. Hacen visible una cartografía de las emociones y de los torbellinos neuronales pero nada dicen de lo que acontece en el territorio mismo, es decir, los movimientos significativos de la subjetividad en relación con el cuerpo y con el mundo. Pueden dar indicaciones de la velocidad de los cambios sin poder indicar en qué consisten y qué significan esos cambios para el sujeto.

Aclaro que yo no pondría objeciones si alguien, a su vez, me dijese: “He visto suficientes dibujos de nudos borromeos y sus derivados sin haber encontrado nunca en ellos ni la huella de un pensamiento”. Por supuesto. La topología lacaniana no está para captar u objetivar los pensamientos sino para mostrar las modalidades de relación entre el cuerpo y el mundo. Sucede que la conciencia de ese pensamiento persiste en mantenerse como misterio y se resiste a toda figuración u objetivación. Propongo entonces que la conciencia, el llamado “misterio de la conciencia”, es goce, goce de la relación entre un cuerpo humano organizado por el lenguaje, la sustancia gozante y un mundo que también está organizado por el lenguaje. Interioridad y exterioridad del cuerpo y del mundo en una continuidad como la que muestra la botella de Klein de la que no tardaremos en hablar. Cuerpo organizado y conectado con el mundo por un órgano que sirve a la interfaz entre esas dos realidades, un órgano que no piensa ni recuerda ni es inteligente y que se ubica, para los vertebrados y para muchos invertebrados, en la extremidad cefálica de ese cuerpo. Un órgano sin el cual no habría ni pensamientos, ni recuerdos, ni emociones, ni inteligencia fuera de la necesaria para mantener la vida vegetativa. El cerebro. hay que admitirlo, cubre su principal función (it straddles two worlds, como dice Mark Solms[2]) sin pensar en lo que hace, al igual que las demás partes del organismo. Es un órgano de extraordinaria complejidad, con sus 85 billones de neuronas y sus incontables trillones de conexiones donde se producen los más sutiles movimientos y operaciones fisicoquímicas que se seguirán explorando mientras subsista la vida de la especie humana en el planeta y quizás, puede que muy pronto, fuera de él. Ese cerebro es el órgano vital, él mismo insensible, indolente, que posibilita la adaptación recíproca del cuerpo y el mundo. Un conector, un relé dinámico, en constante ebullición, cuyo funcionamiento es indispensable para la vida humana. Ni más ni menos.

Nuestros cerebros permiten la adaptación a muy variables circunstancias. También, ¿quién lo dudaría?, la adaptación de textos hablados y escritos, la traducción, de una lengua a otra con independencia de quién haya sido el autor de esas palabras o escrituras. Vayamos más allá: en los seres dotados de lenguaje, también la adaptación de las percepciones de objetos u obras captadas por un órgano de los sentidos a otro: de lo auditivo a lo visual y viceversa, de lo olfativo o propioceptivo a lo visto por los ojos y escuchado con los oídos. Adaptando lo que se lee y entra por los ojos a lo que no se escucha con los oídos, como pasa con la voz de las palabras escritas por los muertos. Cabe evocar el soneto de Quevedo. “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan o secundan mis asuntos, y en músicas callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos”.[3] Adaptación de conciencias anteriores o exteriores que hace llegar las percepciones del pasado al momento actual gozando (sufriendo) con ellas. Recordar es traducir, cambiar de registro, transferir. Adaptar.

¿Qué mejor ejemplo de adaptación que el traslado de una experiencia dominantemente visual como es el sueño a la conversión de esas imágenes oníricas en relatos de sueño que se escriben en la mañana siguiente, en la vigilia o se comunican a un próximo o a un psicoanalista que, a su vez, lo adaptará a su marco de referencia personal o teórico? Mas, ¿cómo se formó ese sueño, si no es transformando una experiencia o un conjunto de experiencias vividas o laxamente conectadas entre sí que respetan ese “cuidado de la figurabilidad” descripto por Freud y luego sometidas a una “elaboración secundaria” que brinda un simulacro de coherencia discursiva a una experiencia onírica más o menos alucinatoria? ¿Cómo se formó ese sueño, si no es a partir de “restos diurnos”, mediante procedimientos retóricos comparables a los de la poesía donde la metáfora y la metonimia, la condensación y el desplazamiento, producen ese engendro o yegua de la noche, nightmare, que oculta y devela, cuando no desvela, al mismo tiempo?

Adaptación del presente y del pasado, de lo pensado y de lo impensado, de lo impensable a veces, de lo simbólico a lo imaginario y luego de lo figurativo del sueño a lo simbólico de su relato apalabrado en la relación con otro (que puede ser un diálogo consigo mismo) en un sistema de traducciones como el que imaginara Freud y transmitiera en una carta (“carta 52”) de 1896, donde las impresiones somáticas son traducidas como “signos perceptivos”, esos “signos” son relacionados con palabras que se conectan de manera ilógica según las leyes de los procesos primarios y forman lo inconsciente, esos signos que luego se ordenan en un discurso de acuerdo a los procesos secundarios que son ya pre-conscientes y que, más tarde, oportuna y no necesariamente, se trasforman en efímeros momentos de la conciencia. Con la necesaria salvedad de que es necesario invertir el orden: primero está el sujeto hablante con su historia y su memoria, con su conciencia y su concepción del mundo. Ese sujeto sueña lo que sea que sueñe. Como soñante organiza la secuencia de las imágenes en una suerte de filme donde aparecen elementos más o menos inconexos que se organizarán como un discurso mediante procesos variables emparentados con la metáfora y la metonimia que son la ley de todo discurso. Hay que partir del sujeto desde su pasado infantil remoto hasta lo inmediato del día anterior, tener en cuenta el conjunto de los significantes de su lengua particular tomados de la lengua en la que habla y, finalmente, los signos perceptivos que se transformarán por su encadenamiento en un discurso y donde habrá siempre algo de real que cae fuera de cualquier comprensión, lo que Freud llamaba “el ombligo del sueño”. Es de tal forma como entendemos al sujeto ($) en el centro de una cruz: entre a) un significante uno (S1) que lo precede, convencionalmente a su izquierda, b) un significante dos (S2) al que se dirige, al que lo escucha y que podrá o no entender sus pocas palabras, a su derecha, c) un gran Otro (A) del lenguaje, de la cultura, de la vida social, que le permite encadenar los significantes y al que ubicamos arriba y d) un resto, un objeto inefable e irrepresentable, el objeto a que escribimos así: @.

A

 

S1   à $   à S2

 

@

 

Sigamos después de esta interpolación. Podría pensarse que en las traducciones siempre algo se pierde (lost in translation) pero no es necesario adherir a ese paradigma pesimista: puede que, al contrario, ese trabajo del sueño aporte al sujeto una brújula y un manojo de llaves para internarse en lo desconocido de sí mismo, en lo que se ha enriquecido como sucede con los textos en donde la traducción revivifica al original y despierta en él ecos que podían pasar desapercibidos por la rutina y la convención. Es la tarea del traductor (Aufgabe des Übersetzers) para volver, aunque sea de pasada, a Walter Benjamin: encontrar no una ratificación conservadora del sentido sino una apertura a nuevas dimensiones, como cuando Hölderlin traduce a Sófocles o como cuando el propio Freud extrae el universal del complejo a partir de la particular tragedia de Edipo tirano. Traducciones o adaptaciones que enriquecen y hacen adelantar al original en una vertiente temporal. Esas y muchas adaptaciones son actualizaciones de un pasado que sin ellas se perdería o sobreviviría exangüe, empobrecido.

Hazaña de adaptación también con las nuevas tecnologías, esas invenciones de la industria de los hombres que son aplicaciones del conocimiento científico capaces de visualizar los sonidos o las redes neuronales, transformar en las viejas películas las voces de los cantantes en una bandita lateral de ondas mudas que se reanimarán en el aparato de proyección y producirán para el público una experiencia de los difuntos Carusos y Callas multiplicadas hasta el infinito según las prácticas de la reproductibilidad técnica de las obras de arte, de los robots, etc., aun a costa del aura que, esa sí, encore Benjamin dixit, es una y única. Esos objetos industriales, “artificiales”, son capaces, en buena medida, de determinar nuestra cognición, de modelar nuestro saber ya que, en cada día mayor medida, pensamos, hablamos, escribimos, hacemos la historia, a través de ellos en el ciberespacio. Nos ofrecen un nuevo mundo de posibilidades del que no podemos no ser los habitantes. Son las prótesis de nuestros cuerpos (incluyendo en ellos a nuestros cerebros, por supuesto) con los cuales recibimos y transformamos la realidad. Son engendros del pensamiento y del cálculo que, a su vez, nos piensan y nos calculan y nos configuran desde la infernal regulación de las bases de metadatos. Estos servomecanismos, a los que servimos obedeciendo a un manual del usuario, no son una novedad. El ser hablante siempre ha sido ordenado por los recursos tecnológicos con los que opera, desde el fuego hasta las escrituras, desde ellas hasta la electricidad y desde esta a las redes informáticas que envuelven y unifican, globalizan, nuestra experiencia. Desde el hueso con muescas a las tabletas de arcilla. hasta el libro electrónico y la realidad virtual inmersiva de los cyborgs que hemos llegado a ser.

Adaptar los modos de vida y de expresión de una cultura a los de otra: ese esfuerzo de San Pablo para verter el vino judío en los odres latinos y compaginar la Halakhá con el derecho romano. O de integrar a los nativos mexicanos con sus usos y costumbres (que aun subsisten) en la tradición cristiana respetando sus lugares de culto y rebautizándolos para adaptarlos a las nuevas creencias. Es el problema de la búsqueda imposible de Averroes, relatada de modo ejemplar por Borges, que no puede dar con las palabras para traducir “comedia” y “tragedia” de Aristóteles al árabe porque la representación y el teatro son impensables en las culturas musulmanas a pesar de tenerlos a la vista por la mañana en los juegos infantiles y de oírlos por la noche en los relatos de viajeros que vienen de China. ¿Cómo no pensar en las adaptaciones que se nos exigen para que sigamos siendo los mismos y, a la vez, otros?

Adaptar la manzana (real) a la manzana (simbólica, definida en el diccionario) y a la manzana pintada por Cézanne. Tres manzanas difícilmente compatibles, una de las cuales podría acabar por ser la de la discordia debido a la imposibilidad de adaptarlas entre sí. La mujer que pela manzanas en un cuadro de ter Borch ¿alude al pecado original y a Eva, según sugiere el audioguide del museo, o piensa en el Apfelstrudel para la cena de esa noche? ¿Cómo se adapta la visión del turista en Amsterdam a los modos perceptivos de hace 400 años que imperaban cuando el pintor nació? ¿O es la mítica manzana de la que salió la ley de gravedad? El arte es esa transformación de una experiencia sensorial proveniente de un sentido en otra: palabras que devienen imágenes, imágenes que devienen palabras, provocación a un espectador para que se reconozca o se quede pasmado en la representación que se le ofrece, más aun en los citados experimentos inmersivos de nuestro tiempo donde el espectador es engullido por la obra y pasa a formar parte de ella en otra dimensión de la realidad que desrealiza a la vida cotidiana. Será nuestro tema más adelante.

Si aceptamos la audaz metáfora de Galileo[4] proferida en 1423 según la cual el Universo es un gran Libro que está escrito en el lenguaje de las matemáticas que deberá ser descifrado “para no quedar vagando perdidos en un oscuro laberinto”, hemos de coincidir también en prolongar la analogía y calificar a los científicos como traductores e intérpretes, como aquellos que “adaptan” el inmenso Libro a un género distinto de aquel en el que fue escrito y lo presentan para obtener una inteligibilidad. Esa ciencia de leer/descifrar el Libro es el prometido hilo de Ariadna para salir, razón mediante, de la lúgubre prisión en la que vivimos, la prisión de lo real incomprensible, hipercomplejo, ciego e innominado. La tarea del científico es adaptar lo real convirtiéndolo en un lenguaje de abstracciones manejables por nuestra especie, con las cuales se puede no solo entender o interpretar al mundo sino también emprender lo que verdaderamente importa, cambiarlo, hacerlo otro (verändern), más justo y habitable. Era el programa que se proponía Marx con respecto a la sociedad al enunciar la tesis XI sobre Feuerbach.[5]

Encuentro en Gilles Deleuze [6], según lo entiendo y sin poder garantizar la fidelidad de mi comprensión, una idea de valor inestimable. Observa el socio filosófico del psicoanalista Félix Guattari que, cuando consideramos a los laberintos los imaginamos como construcciones espaciales sin puertas de salida. Deleuze propone dos modalidades diferentes del laberinto, ya no espaciales sino temporales: una que es circular, y lineal la otra. Un laberinto es el del tiempo que da vueltas, del eterno retorno de lo mismo, perenne repetición de lo idéntico, totalmente previsible. Parmenideano diríamos, nietzscheano también. Otro laberinto sería el del tiempo histórico, sin reiteración, lanzado de modo continuo hacia un final que se posterga, imprevisible, heracliteano, marxiano. Dos impasses: o la circularidad del retorno y/o la continuidad irreversible de la línea recta, infinitas ambos[7].

Deleuze se abre camino en ambos laberintos del tiempo internándose por otro sendero, no menos legendario: el marcado por Shakespeare a través de Hamlet: “el tiempo ha salido de sus goznes” (time is out of joint). Conviene, quizás, insistir ilustrando la propuesta de Gilles Deleuze: hay dos tipos de desquicio en la dimensión temporal y creo que en los dos todos nos encontramos (nos perdemos): uno, es el eterno retorno, una identidad para la cual no hay salida; en nuestra clínica, la compulsión (Wiederholungszwang), la repetición de un origen que es eterno. Laberíntica es la prisión del oso en la estrecha jaula del zoológico que hunde el suelo con sus monótonas pisadas, laberíntico el constante devanar del ovillo de Penélope. El segundo, implica que el tiempo, que ya se ha salido de sus goznes, deja de ser un movimiento que conduce de vuelta a los orígenes para continuar sin pausas, convertido en un hilo tenso, rectilíneo, que impone a todo movimiento posible la sucesión de sus determinaciones. El laberinto ha cambiado de aspecto : no es ya ni un círculo ni una espiral ni un ovillo; es una cuerda, una pura línea recta tanto más misteriosa cuanto que es simple, inexorable, terrible. Un desliz del carrete hacia el exterior (o-o-o), sin regreso (a), fort sin da. En el decir del diamantino amante de los laberintos que fue Jorge Luis Borges : «el laberinto que se compone por una sola línea recta y que es invisible, incesante”, dos epítetos que Deleuze sustituye por los tres ya mencionados, más dramáticos: “simple, inexorable, terrible” (unheimliche).[8] El sujeto vive hoy más que nunca antes emparedado en una prisión cuyo modelo es otro laberinto: el panóptico donde el ojo central del vigía personifica al Minotauro. Nos guste o no, recibiendo la consolación de observar a los demás que nos observan pero sin saber qué representa para ellos la visión que de ellos tenemos, sabemos que estamos en el interior de una cápsula (realidad inmersiva en el sujeto de las nuevas tecnologías) en una atmósfera de inestabilidades donde nada queda en su lugar y donde no sabemos qué instrumento desarrollado por el saber científico será el próximo en modificar nuestra Weltanschauung, en qué sentido ocurrirá esa modificación y adónde seremos llevados.

 

Esta inestabilidad de los puntos culturales de referencia nos permite pensar filosóficamente la actualidad. Un autor esencial para abordar el tema acaba de fallecer (2017). Zsygmunt

Bauman es el autor de obras multicitadas en las cuales encontramos reflexiones insoslayables acerca de la actualidad subjetiva y social; todos sabemos que su concepto medular es el de un cambio del paradigma vital en occidente y en el mundo entero: el pasaje desde un modelo clásico de estabilidad y solidez de los objetos, de las sociedades y de las instituciones tradicionales a nuestros tiempos en los que predomina un estatuto líquido.[9] Podemos apreciar la contribución del difunto filósofo polaco en una perspectiva topológica. En lo que Bauman llama la “modernidad tardía” (no postmodernidad), el sujeto clásico de la modernidad podía considerarse como siendo el centro de un espacio definido desde su visión ocular, ocupando un lugar fijo entre los sólidos estables; podía verse a sí mismo en la perspectiva de un self, a su vez sólido y estable, frente a un mundo donde se ubicaba y se le señalaba su lugar en el tiempo y en el espacio que tomaba como propios. Las circunstancias, dice Bauman, son ahora muy otras; la fluidez del mundo que nos envuelve, sin puntos fijos de referencia, opera más bien como una atmósfera envolvente, como aquella que nos rodea en un espectáculo auditivo (surround sound) donde los sonidos proceden de canales múltiples y ubicuos. Así, me parece, se empezó a experimentar en San Marcos de Venecia desde la Edad Media y ahora se actualiza ante nuestros oídos en óperas como Prometeo, una tragedia de la escucha de Luigi Nono (1924-1990) estrenada en un año que no deja de evocar ineludibles resonancias: 1984. Nono era el yerno de Arnold Schoenberg que revolucionó la música del siglo XX. Para representar esta ópera irrepresentable se requiere la creación de un nuevo espacio arquitectónico (en su caso diseñado por Renzo Piano), literario (Hesiodo, Esquilo, Hölderlin, Goethe), filosófico (Nietzsche, Benjamin, Massimo Cacciari), musical con cuatro grupos orquestales diseminados en el espacio, la emisión vocal de textos susurrados, en el borde de lo audible y en distintos idiomas vivos y muertos, la sumersión del público en un ámbito, ambiente, atmósfera, esféricos en vez de la clásica disposición, la requerida por la concepción sólida del sujeto teatral, con una platea y un escenario ubicado en frente de él desde donde podía ser espectador de la representación. Para volver a Bauman es necesario escucharlo:

“Los líquidos, al contrario que los sólidos, no pueden mantener su forma. Los fluidos, para decirlo de alguna manera, ni fijan el espacio ni enlazan el tiempo. Mientras que los sólidos poseen dimensiones espaciales claras pero neutralizan el impacto del tiempo y por lo tanto minimizan su significado (resisten con éxito su flujo o lo convierten en insignificante) los fluidos no mantienen ninguna forma por mucho rato y son proclives a cambiarla. Por lo tanto es el flujo del tiempo lo que cuenta para ellos más que el espacio que ocupen en un momento dado; al fin y al cabo, este espacio solo lo ocupan “por un momento”. En cierto sentido los sólidos cancelan el tiempo; mientras que para los líquidos, por el contrario, es el tiempo lo que importa. Cuando describimos los sólidos, podemos ignorar por completo al tiempo; al describir los fluidos, dejar de lado al tiempo sería un error grave. La descripción de los fluidos es siempre instantánea y precisa de una fecha al pie de la imagen.”

No es extraño que un teórico de la imagen como es Catalá se vea justamente llevado a comparar lo sólido de la fotografía con la fluidez de la secuencia cinematográfica que materializa efectivamente, en el plano-secuencia, la inclusión del sujeto en el espacio-tiempo fílmico al que tantos cursos dedicara Gilles Deleuze. Catalá va más allá de Bauman al mostrar que, en la secuencia de una película, “los sólidos se licuan y adquieren la consistencia de los líquidos. El tiempo penetra en ellos y descompone sus formas tal como sucede con los estados líquidos que, contemplados desde esta perspectiva, presentan también algo de sólido, de estable.” Catalá invita entonces a pensar en los flujos continuos de una corriente de agua o de aire pero nos permitiremos ampliar su analogía tomada del mundo de la física para llegar a los flujos de la conciencia y de sus correspondientes correlatos neuronales y también al flujo de las asociaciones libres en el curso de una sesión de psicoanálisis. En la sesión el analizante puede comprobar que nada es fijo, nada es sólido, nada es espacial; todo lo que pasa por su cabeza es un discurrir por los ríos del tiempo en donde nadie se baña dos veces pues la identidad es imposible y la repetición no hace sino marcar la diferencia con la inscripción anterior por el solo hecho de ser la que le sigue. Las aguas corren y los guijarros quedan, aunque gota a gota serán horadados por ese infatigable escultor que es el tiempo (M. Yourcenar).

Es aquí donde debemos dejar su lugar a otro concepto mal entendido y desarrollado, al igual que el de Bauman, a fines del siglo pasado. Hablo de la imagen del “pensamiento débil” postulado por Gianni Vattimo. Como también observa Catalá, el “pensamiento débil” no responde a una debilidad del pensamiento sino a todo lo contrario, a la impugnación del pensamiento fuerte, dogmático, gobernado por creencias inamovibles y por “maestros de la verdad” que ya pensaron lo que debe ser pensado y que, desde su inmarcesible autoridad, desde los grandes relatos sistemáticos, establecen en piedra sólida, sin esa fluidez apuntada por Bauman, las estrictas y rigurosas categorías en las que el sujeto debe fijar su residencia y encontrar su esencia. Dice Catalá:

“Todo el pensamiento metafísico basado en esos grandes relatos tan trajinados, no es más que un pre-pensamiento, un ejercicio previo a la verdadera libertad de pensar que debe por ello ser débil, flexible, móvil y fluida. A un pensamiento así le corresponde descubrir un ser igualmente proteico” (p. 226-227)

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En psicoanálisis la palabra ‘adaptación’ tiene mala fama. Connota un proceso de acomodación a las circunstancias exteriores y una renuncia al deseo singular a favor de las conveniencias sociales o las exigencias normativas de la cultura. “Adaptarse” es, en este sentido, ser y hacer según las demandas del poder establecido. Su complemento es la “asimilación” en ese proceso de doble faz descripto como “normal” en el proceso evolutivo ontogenético por Jean Piaget, una manera de integrarse al mundo que permite al niño que crece recibir la información que le proveen los demás y “acomodarse” a ella transformando su estructura mental en un proceso de maduración emocional que acaba hacia los doce años de edad. Una visión positiva de la adaptación no deja de estar presente, aunque de manera implícita, en la obra de Freud mismo, cuando describe los procesos individuales y sociales de la vida en la cultura como un “progreso en el dominio de las pulsiones”. Claro que no dejaba de puntualizar que el complemento de esta renuncia pulsional, de este rechazo del goce directo a cambio del goce de la culpa y de los recuerdos dolorosos, se pagaba bajo la forma de neurosis a nivel individual y de un aumento incesante de “el malestar en la cultura”. La “adaptación” equivaldría entonces a la represión de las aspiraciones “goceras” directas, libidinales, del sujeto. Esa idea de “adaptación” es el concepto central en la “corrección” o rectificación de la metapsicología freudiana que se conoce como “psicología del yo”, una corriente revisionista que llegó a ser la voz cantante en el movimiento psicoanalítico internacional cuando el eje se desplazó de la Viena de Freud a los Estados Unidos. Ese psicoanálisis adaptacionista para el cual quienes fracasan son “indadaptados” fue el blanco preferido para los ataques de Lacan al psicoanálisis de las instituciones oficiales cuando propuso e impuso en el pensamiento del inconsciente el “retorno a Freud”. Para Lacan el retorno a Freud era necesario debido a la absorción del psicoanálisis por la psicología, al desplazamiento del interés en el Ello hacia el Yo, de los episodios históricos singulares a los periodos genéricos del desarrollo infantil (anhistorismo) y del conflicto a la adaptación cuyo modelo era el american way of life con sus promesas de happiness.

El principal promotor del “punto de vista adaptativo” en la metapsicología, que proponía agregar a los tres mencionados por Freud (tópico, dinámico y económico), fue Heinz Hartmann (1894-1970). En su teoría había que destacar lo esenciales que eran las funciones adaptativas del yo a la realidad exterior y su capacidad de desarrollo en una esfera “libre de conflictos” con vistas a facilitar la expansión productiva del individuo en el seno de la sociedad. Esta “psicología del yo” íntimamente ligada a la ideología médica de la “salud” con la clásica y bien denostada definición de la Organización Mundial de la Salud, fue la que permitió el maridaje del psicoanálisis con lo más reaccionario de la psicología académica. No insistiré en este punto: ya fue suficientemente abordado por mí y otros compañeros hace más de 40 años en Psicología: ideología y ciencia. Adaptarse a la realidad exterior es, en síntesis, adaptarse a las ideas y a los ideales promovidos por quienes, cualquiera sea el régimen imperante, someten la subjetividad a los intereses de las clases dominantes y al establishment. Todo lo contrario de las propuestas de Freud acerca de los modos en que las mociones pulsionales deben luchar para hacerse oír en ámbitos que nunca están libres de conflicto. Igualmente duras fueron las críticas a la idea de “adaptación” entre los pensadores más radicales de la escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse). No será necesario recordarlas aquí así como tampoco los devaneos complacientes en torno a la adaptación en autores como Erich Fromm y Karen Horney.

Obviamente el problema con estas ideas sobre la adaptación surge de una noción desviada de “adaptación” cuando se traspone (se “adapta”) el concepto biológico y darwiniano a los pantanos ideológicos de la psicología y la sociología académicas. Nadie discutirá que las especies vegetales y animales, así como los individuos del género humano, se adaptan a las condiciones que rodean su existencia. De este útil concepto se deriva una justificación y hasta un conjunto de preceptos que encarecen y encomiendan la “adaptación” de los sujetos a las normas y leyes que dicta el Otro del sistema de producción, de la autoridad constituida como poder eficiente que gobierna y regula las conductas y los modos de pensar. Su forma proverbial puede manifestarse en el dicho “donde fueres haz lo que vieres”. Es decir: asimilarse, acomodarse, adaptarse, suavizar o borrar las diferencias, plegarse a los estatutos, acallar los malestares, sofocar los gritos de inconformidad y las denuncias de la injusticia social, política, económica, racial y de género. El éxito y la razón del darwinismo biológico se degradan y se hacen bastardos cuando se traducen, se adaptan, a los términos del darwinismo social. En el ámbito psicosocial lo “adaptativo” deviene en normativo y en el campo político es la justificación del conservadorismo o del reformismo de los gatopardos: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. En esta ideología el pensamiento, la palabra y la acción revolucionarias son peligrosas. Son un peligro para el país, para el continente, para la civilización, para el mundo. Si este es el estado dado de las cosas tenemos que adaptarnos a él. El individuo, la familia, el grupo o el partido inadaptado son “disfuncionales” y requieren de alguna clase de medida o tratamiento para corregir la anomalía (o sea, lo que no se corresponde con el nomos, con la ley). La importación trasgresora del darwinismo al ámbito social y cultural es la cuestión central en la obra de Foucault cuando analiza la historia de la sexualidad, de la locura, de los sistemas penales y de las sociedades disciplinarias. Es un tema por demás conocido y estimo superfluo insistir en ello.

Sin embargo hay que reconocer que estamos forzados a la adaptación cuando las condiciones de la existencia se modifican y el mundo en el que sentíamos definido nuestro lugar pasa a ser un nuevo mundo. El estudio de la transformación constante del entorno existencial de nuestra especie recibe el nombre de ‘historia’. En el curso de la historia seguimos siendo genéticamente los mismos, nada en el fondo cambia o lo hace con tanta lentitud que puede parecer estático, posición la clásica de Parménides; a la vez, en el campo de las técnicas, todo está (siempre estuvo) en transformación y nada permanece: es el mundo entendido al modo de Heráclito. En una comparación a la que ya aludimos se ubica el aporte sustancial de Szygmunt Bauman, un pasaje de lo sólido a lo fluido. Cabe aquí evocar a Marx diciendo “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Si adoptamos el segundo modo de pensamiento, el de Heráclito, Marx, Freud y Bauman, sin desconocer lo que podríamos llamar estructural o esencial, eso puede que genéticamente determinado en nosotros (hard wired), veremos que hay una oposición entre lo perenne mineral y lo dotado de vida que es perecedero. En la naturaleza siempre pueden constatarse estabilidades a lo largo del tiempo o retornos cíclicos de los fenómenos a sus puntos de partida como sucede en el registro cosmológico de lo real; son las revoluciones de los astros que siempre regresan al mismo lugar. También en las especies biológicas, si el hombre no interviene alterando sus circunstancias, los ciclos de la vida y la muerte son la ley y se requieren eones para que lo que es de un modo y se hereda de una generación a la siguiente deje de ser lo que es. Muy de cuando en cuando se producen en la naturaleza viviente las llamadas mutaciones que se mantienen y acaban por estabilizar a la especie cuando son adaptativas. Mas lo que divide de manera tajante al reino animal del reino humano es el hecho de que los hombres y las mujeres viven en la historia; que, por obra y gracia del lenguaje escrito y hablado, su experiencia es de una constante transformación, más rápida en algunas culturas que en otras y que, en la nuestra, esa transformación lleva un ritmo vertiginoso de aceleración; nada desaparece de la memoria histórica y todo lo nuevo se conserva en archivos poblados de escritos aunque los seres humanos sigan muriendo y viviendo, recordando y olvidando.

Los humanos lo somos a partir de la hazaña prometeica de robar el fuego a los dioses hasta llegar al momento actual, el de un Occidente globalizado por las letras romanas y por los números árabes, que está en vías de consagrarse como el único ámbito de la existencia, que borra a las formas anteriores de organización de la cultura e impone un trabajo de adaptación permanente a nuevas formas de vida dependientes del llamado “progreso” de las tecnologías, que derivan a su vez de las ciencias y de las matemáticas. La era geológica del mundo actual es la que, desde el año 2000, hemos aprendido a llamar ‘antropoceno’ para referirnos con ese neologismo al planeta tal como viene siendo transformado en los últimos siglos por la actividad humana, por el conjunto de adquisiciones conceptuales y científicas de las que hay historia. Un término anterior, íntimamente vinculado al de antropoceno, que con el nuevo vocablo ve ampliada su definición, es el de noosfera. Fue el científico soviético Vladimir Vernadski (1863-1945) el primero (1898) en proponer que, sobre la esfera terráquea (geosfera) y sobre la biosfera que había sido alterada por la aparición de la vida, se viene gestando, con el protagonismo humano, una tercera esfera, la del conocimiento (nous), la noosfera, la de los productos de la mente (psique, conciencia, alma o espíritu, según se prefiera, aunque todos esos términos tienen diferentes connotaciones). La “noosfera” es pues el mundo de las ideas, de la inteligencia, de las leyes, del saber acumulado, una dimensión en la cual el humano se convierte en la mayor potencia y agencia pues tiene la capacidad de engendrar modificaciones geológicas. La concepción de la noosfera hace pensable lo evidente: que el pensamiento está en condiciones de modificar los procesos biológicos y geológicos, como consecuencia de la creciente influencia en la historia del factor técnico. Teilhard de Chardin (1881-1955) adhirió y difundió el concepto de noosfera sacándolo del ateísmo del originario promotor ruso, al que no menciona, y llevando sus novedosas aguas a los viejos molinos del creacionismo. Por su parte, Lacan, en 1970, sin tampoco nombrar a sus dos precursores, rechazando el antropomorfismo implícito en la referencia a la mente, o sea, a nosotros mismos, se vio llevado a cuestionar la idea de noosfera proponiendo otro neologismo, el de aletosfera,[10] aludiendo a la palabra griega aletheia (verdad, develamiento de lo oculto, a-lethos) con su jerarquía filosófica específica derivada de Heidegger, quien distinguía su noción de verdad como aletheia de la veritas como adequatio del intelecto y la cosa propuesta por Aristóteles. La “aletosfera” lacaniana era una consecuencia de la formalización por medio de escrituras algebraicas de la verdad científica que permiten operar modificando al mundo. Con el concepto de aletosfera Lacan insistía en privarse de apelar a cualquier emotividad filosófica a la vez que reconocía la performatividad tecnológica, fundada en la verdad de ciertas fórmulas y ecuaciones que cambiaban al mundo ante la vista de todos. Era la performatividad que permitía sea poner los pies en la luna como la construcción y la difusión de toda clase de aparatejos, los servomecanismos autorregulados que actualmente funcionan conectándonos al mundo en el que estamos encajados. Lacan los llamó, a partir de la aletheia heideggeriana, lathouses, una palabra con connotaciones despectivas; chirimbolos, especie de basura desechable que debe ser constantemente renovada y actualizada.

Quiero resaltar, a partir de estas nociones, la esfera como imagen envolvente para entender la esencia de nuestra realidad. Hay en esa idea una toma de distancia con la idea del hombre como punto de vista, como idéntico al órgano de la visión que se ordena en una perspectiva donde él es el centro; ese hombre del humanismo renacentista que contempla al mundo desde un punto privilegiado y que puede cambiar, moviéndose, el eje y el punto de fuga de la perspectiva, pero que mantiene la ilusión de ser un individuo dueño de sí, dueño de su visión del mundo. En la esfera el individuo que mira desde un punto es, a su vez, mirado desde todo cuanto lo rodea. Un prisionero en el panóptico de Bentham. Su autonomía es una heteronomía que él no conoce ni puede conocer. Nunca miramos desde donde somos vistos. La red que nos envuelve es omnisciente, omnipresente y omniabarcativa; nos calcula sin que podamos calcularla. Sabe de nosotros, de nuestros pasos, de nuestras opiniones, de nuestras preferencias, de nuestro cuerpo, desde una mirada sin ojo, hecha de signos binarios tan ilegibles como cuando nuestro ojo se posa sobre un código de barras o sobre un cuadrado de manchas blancas y negras o sobre el ADN de una gota de nuestra saliva. Esa es la adaptación que nos es exigida, la adaptación al hecho de sabernos en una esfera ingobernable que nos sabe sin que sepamos de ella y de sus leyes, una esfera que nos agrupa y nos perfila como metadatos de sus competencias y performances. Que orienta nuestra atención penetrando en el sujeto a través de las percepciones que ella misma genera. Así la aletosfera entra en nuestro cuerpo por medio de nuestros sentidos; ellos, extensiones neurológicas del cerebro, pasan la información al órgano central, el órgano de la interfaz con el cuerpo. Ahora bien, el cuerpo humano, cerebro incluido, es también una esfera, una bolsa o saco que podríamos llamar interior en interacción con la aletosfera exterior[11]. La relación entre esas dos esferas es la que requiere un pensamiento topológico y encuentra su realización en la botella de Klein. El cerebro es el orificio presente en todos los puntos del cuerpo humano, del cuerpo sexuado, que integra la sustancia extensa con la sustancia gozante que es nuestra carne en tanto que está afectada por el lenguaje. El lenguaje, a su vez, es lo que ha permitido, desde la invención de la escritura, la construcción progresiva de la aletosfera (desde el control del fuego hasta las nanotecnologías más abracadabrantes) y que ha transformado a la carne en cuerpo, en cuerpo gozante habitado por la lengua, en cuerpo de la interacción entre los sujetos en la cultura. Esa interpenetración de las dos esferas no es una estructura estable sino todo lo contrario, un fluir permanente de cambios en donde nada permanece en su identidad aunque el conjunto parezca estable y estacionario. El sujeto consiste en un constante devenir otro; las dos esferas nunca repiten sus estados. Esa fluidez baumaniana crea un espacio móvil, como cinematográfico, que transcurre en la dimensión del tiempo, en una sucesión de momentos irrepetibles. Adaptarse a esta incesante movilidad, a estos flujos de imágenes, sensaciones, discursos, textos con sus hipertextos, dinero, migraciones, enrarecimiento del ambiente, etc., es adaptarse a una determinada realidad que las políticas neoliberales se encargan de promover y reproducir con el consiguiente aumento del malestar en la cultura.

Las nuevas tecnologías tienen un poder generativo, demiúrgico, podríamos decir, que son el motor y la fuerza para crear nuevas realidades que mal podríamos calificar de imaginarias pues actúan como fuerzas ambientales, antropológicas, hermenéuticas, productoras del mundo al que transforman sin tregua. El sujeto no vive en la aletosfera sino que es incubado en ella en tanto que sujeto del significante, ese significante de la palabra hablada y escrita que se inmiscuye en él por todos los poros de su piel y lo engendra como sujeto del goce a partir de la originaria sustancia gozante indiferenciada, anterior al estadio del espejo y a toda representación de un self. Lacan hablaba del Otro, del gran Otro al cual el sujeto puede sustraerse como menos uno. Un gran Otro que, como el Dios de las Escrituras, es incompleto pues necesita de sacrificios y de pleitesía, un gran Otro que se escribe como una A (Autre) tachada, /A.

Aclaremos. Entre el mundo y el cuerpo no hay una prioridad temporal, viejo dilema del huevo y la gallina, pues, así como la gallina es un animal ovíparo, el sujeto es en su inconsciente que lo engarza en el mundo. El lenguaje, escrito y hablado, es lo que hace al cuerpo y al mundo. La conciencia, siempre flotante y esquiva, tan misteriosa e indefinible para los neurocientíficos como para los psicoanalistas, vendrá o no vendrá después, es contigente.

Es difícil pero necesario pensarlo así: el sujeto está inmerso en una esfera cuyo centro, como pretendía el cusano Nicolás, está en todas partes pero no tiene circunferencia; así sucede en la botella de Klein[12] que, al igual que la verdadera banda de Moebius[13], no tiene bordes ni circunferencia. Decir que la realidad de la aletosfera es inmersiva y que el sujeto no vive sino que es en ella trae la pregunta de cuáles son las actitudes éticas posibles y cuál es la responsabilidad que le cabe dentro de esa condición. La cuestión para cada uno es la de saber hacer con su cuerpo a partir de ese reconocimiento de que el cuerpo es, es y no está, en el exterior y que ese exterior es, es y no está, en su cuerpo gozante. El goce es lo que marca al gran Otro con una tachadura. Aprovechemos la facilidad que nos ofrece nuestra lengua con la portentosa distinción entre el ser y el estar. Somos en la botella de Klein; el cerebro no es el centro ni la cabeza del cuerpo sino el órgano de la interfaz en una topología no euclidiana. Puesto que somos en la aletosfera ¿qué podemos saber, qué nos cabe esperar, qué debemos hacer? En otras palabras y más allá de las tres preguntas bicentenarias de Kant, ¿qué hacemos en la novedosa aletosfera creada por la inventiva humana y como miembros de la polis? ¿cómo nos colocamos ante un mundo que tiende a allanar las diferencias, a imponer una lengua dominante, a borrar las especificidades etnológicas, nacionales, lingüísticas y antropológicas? Es la cuarta pregunta kantiana a la que hemos de responder: ¿Qué es el hombre?

La botella de Klein, una esfera dentro de otra esfera, producida por la invaginación de la una en la otra, sin bordes, sin prioridad temporal de una de las esferas sobre la restante, mostrando así la relación entre el cuerpo y el mundo con una interfaz que está en todas partes y en ninguna y que, para fines de representación, podría ser vista, desde las neurociencias, como el órgano del cerebro, infinitamente complejo como es infinito el número de bordes que tiene una esfera pues por cada uno de sus puntos puede trazarse una línea tangente que no tiene comienzo ni fin. Esferas y no ninguna otra figura geométrica pues todas las demás tienen bordes y no hay borde entre el cuerpo gozante y el mundo de la aletosfera, que no es el universo de los astrónomos sino un producto de este “hombre”, constituido por la infinita articulación de significantes, letras, números, símbolos, ecuaciones diferenciales donde todo está en ebullición, creando nuevas combinaciones y constelaciones que, en la era del antropoceno, envuelven al sujeto en sus mallas. Citando por una vez a Catalá (cit., p. 274) y recordando que todo lo aquí expuesto deriva de la lectura (espero que fiel) de sus ideas: “Esta ecología esférica es el resultado de una combinación dinámica y significativa de tecnología, ideas y emociones convertidas en un mundo que se transforma a medida que el sujeto lo va investigando mediante su particular ritmo mental y corporal … La nueva realidad no es necesariamente esférica, como podría extraerse de una errónea concepción mecanicista de la concordancia entre la realidad y sus representaciones actuales. No es esférica, pero una imagen esférica ofrece una diversidad de posibilidades expresivas y relacionales que se avienen perfectamente a los requisitos de una efectiva epistemología contemporánea en relación a un tipo de realidad expansiva, móvil, fluida, y sin un centro fijo”.

Podría prolongar este discurso sobre la adaptación hasta terminar produciendo un libro muy largo pero no debo apresurarme; es necesario quedarse más en el “tiempo para comprender” antes de llegar al “momento de concluir”. Tal vez nos cabe aun captar el “núcleo duro” de este discurso sobre la adaptación y llegar, justo en este momento, a la motivación del mismo y esa motivación es precisamente el título que nos reúne en torno a cierto significante que promueve una adaptación no confesada. El término, el vocablo, que nos convoca, es el de neuropsicoanálisis cuyo proyecto más o menos explícito, es el de adaptar recíprocamente los descubrimientos, los conceptos fundamentales y las técnicas de las dos disciplinas convocadas. Bien sabemos que en el origen del psicoanálisis hay precisamente un “Proyecto”, el de Freud, de construir “una psicología para neurólogos” basándose en las leyes de la termodinámica y en la teoría de la neurona, recién descubierta por Ramón y Cajal. Freud escribió muchas páginas de esa neuropsicología, se las envió a un amigo para que las evaluase y… ya nunca pidió la devolución de ese manuscrito que solo por una serie de azares llegó a conocerse y acabó por ser publicado años después de su muerte. Nunca le interesó a Freud desarrollar a fondo las ideas que allí se contenían aunque nunca las abandonó del todo y aun hoy siguen siendo leídas como la especulación más atrevida sobre la neurobiología en aquel siglo XIX que llegaba entonces a su fin. El neuropsicoanálisis de hoy pretende encontrar allí la fundamentación epistemológica de la fusión interdisciplinaria y se esmera en hacer compatibles a los conceptos y resultados de ambas prácticas e incluso de reducir los del psicoanálisis a la supuesta razón “objetiva” de las neurociencias con sus explicaciones fisiológicas de los procesos mentales y con su visualización de la actividad cerebral en una lógica pretendidamente materialista y reduccionista de lo psíquico a lo neuronal y apelando a las propuestas de la psicología cognitivo-conductual contemporánea sobre temas como el aprendizaje y la memoria.

 

Presenta la neurobiología, mejor dicho, presentan los neurobiólogos, dos caras complementarias con relación al psicoanálisis: por una parte se ejerce la crítica más virulenta a la teoría del sueño, a la teoría de la libido y a la metapsicología; por otra se apoya toda clase de esfuerzos retóricos para traducir, adaptar, el vocabulario y el ideario del psicoanálisis en términos de procesos cerebrales. Fuerza es reconocer que, tras tantos años de intentos y tantas páginas, libros, revistas especializadas, etc., el neuropsicoanálisis, ya nada joven, hijo de la novedosa técnica de la resonancia magnética que permite tener figuras coloreadas de la actividad cerebral, no tiene resultados que mostrar y que las neurociencias actuales progresan en sus programas de investigación sin apelar ni evocar el trabajo de los “neuropsicoanalistas” que no existen más allá de nuestros colegas que fantasean con la integración. Las ya citadas frases de Freud de 1938 diciendo que no puede irse más allá de una precisa localización en el cerebro de lo que pasa en la mente de un sujeto siguen teniendo vigencia y que ese saber no aporta al entendimiento de lo mental. Hay que agregar que sigue teniendo vigencia también la premonición de Freud, hoy cumplida, de que el futuro traerá la posibilidad de influir sobre los procesos mentales y sobre la subjetividad por medio de sustancias químicas.[14] Los estudios sobre la liberación de neurotransmisores y la posibilidad de influir sobre su producción o sobre su metabolismo y recuperación avalan esa predicción y es evidente que, con el tiempo, nuevas sustancias serán producidas que modificarán el funcionamiento cerebral y provocarán efectos sobre la actividad psíquica y sobre la vida de relación de los sujetos. Los psicoanalistas no podemos desentendernos de lo que sucede en el ámbito de la ciencia del cerebro que puede incidir abriendo aquello que Freud llamó “posibilidades terapéuticas aun insospechadas”.

Otras consecuencias importantes de estas investigaciones abonan también las concepciones psicoanalíticas acerca de la importancia de las primeras etapas de la vida y de la relación entre el infante y su entorno familiar y social que influyen creando estilos y modalidades específicas de interacción entre el sujeto y los demás que se manifestarán en su vida ulterior, en la adolescencia y en la edad adulta. La historia se consolida en eso que los neurofisiólogos llaman con pertinencia el “cableado cerebral” (“brain wiring”), allanando y bloqueando caminos (Bahnungen, según la palabra de Freud utilizada por Freud en su Proyecto de 1896 y en su Más allá del principio del placer de 1920; allí hace una extensa consideración neurobiológica para explicar el surgimiento de la conciencia, fraguados, facilitación según la traducción más frecuente) que se manifestarán como determinantes esenciales en la existencia de hombres y mujeres.[15] Tampoco el saber sobre el goce del cuerpo y sus relaciones con la sexuación pueden entenderse sin tomar en cuenta las vías de conexión entre el soma y el mundo. En ese sentido las investigaciones neurobiológicas serían capaces de establecer correlaciones entre las modalidades de intervención del Otro representado por las figuras primeras del desarrollo infantil y las conclusiones alcanzadas sobre la vida emocional de los niños y consecuencias tales como el autismo o las dificultades escolares.

 

Pueda esbozar una conclusión que consuena con cosas que dije anteriormente y que, según creo, aquí resultará disonante y hasta malsonante: el saber científico sobre el cerebro no se adapta a la teoría y la práctica del psicoanálisis … y viceversa. Cada uno de los dos saberes debe andar por su lado, escuchar lo que sucede del otro lado y renunciar a la idea de engendrar ese simpático bicho que es la mula (híbrida y estéril) admitiendo que sea posible la cópula de una yegua con un burro.

La topologie asphérique fournit l’orientation nécessaire, non pas tant pour ce qu’il en est de la notion de structure mais pour ce qui concerne la pensée en général : « La topologie n’est pas « faite pour nous guider » dans la structure. Cette structure, elle l’est – comme rétroaction de l’ordre de chaîne dont consiste le langage. La structure, c’est l’asphérique recelé dans l’articulation langagière en tant qu’un effet de sujet s’en saisit » (ibid. : 483). L’asphérique dans le langage est la rétroactivité que Lacan expose à travers l’articulation des signifiants (différences) dans une chaîne. Mais cette rétroactivité est dotée du pouvoir de causalité, et ce qu’elle cause est précisément le sujet : il n’y a pas de structure sans sujet, et c’est justement cela qui a permis à Lacan de déclarer que le sujet est « réponse du réel » (ibid. : 459). La topologie asphérique contient toujours-déjà une théorie matérialiste du sujet. Toutefois, en tant qu’effet de causalité du signifiant, ce sujet n’est manifestement ni psychologique, ni individuel, mais matérialise plutôt l’effet décentralisant du langage. Pour Lacan, le sujet émerge de la brèche qui caractérise la structure et la maintient dans un état de déclosion permanente. Mais alors, ce sujet est l’inversion de la symétrie, la distorsion minimale dans ce qui apparaît comme étant un ordre correct et régulier, tant sur le plan linguistique qu’épistémique. Cette émergence du sujet de la science n’a été ni thématisée, ni prise en considération par Kepler. Et précisément pour cette raison, « l’exagération » de Lacan, ou plutôt sa décision quant au statut ambigu de Kepler est habitée d’une démarche critique qui souligne une certaine « amnésie » dans le domaine scientifique, le fait que « la science […] n’a pas de mémoire. Elle oublie les péripéties dont elle est née, quand elle est constituée, autrement dit toute la dimension de la vérité que la psychanalyse met là hautement en exercice » (Lacan 1966 : 869). En réunissant la structure que Kepler permet de penser et le sujet que Freud rencontre dans les formations de l’inconscient, la démarche de Lacan explore les envers de la révolution scientifique moderne. (René Lew)

Sabemos que al comenzar su vida en el psicoanálisis, en 1895, Freud hizo un intento de ligazón teórica que fracasó y acabó en cajones de manuscritos inéditos y no destinados a la publicación. Al terminar esa vida, en 1938, Freud había sacado su conclusión y ¾esto sí lo entregaba al público como pieza final de su teoría¾ afirmaba explícitamente que esas presuposiciones y esa búsqueda no podrían dar resultado. Comenzó su testamento científico, el conocido Esquema del psicoanálisis, diciendo:

El psicoanálisis establece una premisa fundamental cuyo examen queda reservado al pensar filosófico y cuya justificación reside en sus resultados. De lo que llamamos nuestra psique (vida anímica), nos son consabidos dos términos: en primer lugar, el órgano corporal y escenario de ella, el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia que son dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría transmitir. No nos es consabido, en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos terminales de nuestro saber. Si ella existiera, a lo sumo brindaría una localización precisa de los procesos de conciencia, sin contribuir en nada a su inteligencia. (Destacados agregados)

Mostrar centros y vías y redes y circuitos cerebrales estaría muy bien… pero en nada contribuiría a entender la vida psíquica. Hay, por un lado, un espacio del cerebro, accesible a la investigación biológica; hay, por otro, un espacio de los “procesos de conciencia” que exploramos con el método psicoanalítico. Hay un punto terminal que es “órgano y escenario”, otro que es el de los “actos de conciencia” que son “datos” inmediatos e imposibles de describir. Si puentes hubiese entre esos dos espacios (cada uno en un extremo, con su propia topología) no progresaríamos en eso que buscamos: la inteligencia del funcionamiento del psiquismo.

Adaptar: Del lat. adaptāre. (ajustar a)

  1. tr. Acomodar, ajustar algo a otra cosa. Poner de acuerdo con… Adaptarse a…
  2. tr. Hacer que un objeto o mecanismo desempeñe funciones distintas de aquellas para las que fue construido.
  3. tr. Modificar una obra científica, literaria, musical, etc., para que pueda difundirse entre público distinto de aquel al cual iba destinada o darle una forma diferente de la original.
  4. prnl. Dicho de una persona: Acomodarse, avenirse a diversas circunstancias, condiciones, etc. según sus conveniencias.
  5. prnl. Biol. Dicho de un ser vivo: Acomodarse a las condiciones de su entorno. (s XIX)

 

  • 1

Acción de adaptar o adaptarse.

Ejs.: «Los niños tienen, en general, una gran capacidad de adaptación”. “Para realizar la adaptación de la cultura helenística a la lengua latina, Cicerón tuvo que vencer obstáculos enormes».

  • 2
  • Conjunto de cambios que se realizan en una obra literaria, musical, etc., para destinarla a un medio distinto de aquél para el que fue creada.

2 a : Se plantea la cuestión del género, el genio, el engendramiento, las taxonomías institucionalizadas. Adaptación: Alejarse del origen de una obra o de una idea y acomodarla a nuevas exigencias.

  • 3.

(biología) Proceso por el que un organismo se acomoda al medio ambiente y a los cambios de éste.

  • 4 (agrego)

Sociología – política: acomodación a las circunstancias y a los cambios en la ley y la cultura. Adaptarse al american way of life, a usos y costumbres diferentes de los originales.

  • 5

Psicoanálisis: el punto de vista adaptativo en la psicología del yo

. 6

Tiempos modernos : adaptación a los cambios y dispositivos tecnológicos. Exigencia de adaptabilidad. La vida en la aletosfera.

Adaptaciones entre géneros: Ficción y ensayo (Non fiction). Poesía y prosa. Artes literarias, musicales, plásticas, propioceptivas (danza). Límites, arbitrariedad de la adscripción a una categoría, indicación del género por parte del autor (relato, cuento, novela, guión, plays, autobiografía, biografía, historia, culebrón, roman). Interpretaciones, divagaciones. Erotismo y pornografía, una distinción delicada donde muchos tropiezan.

Based on a true story.¿Qué es true, qué es history y qué es story? Based ¿qué tanto? ¿qué tan debased ¾ envilecer, corromper¾ llegando hasta la desfiguración y a la inversión del sentido.

Migración , mutación, injerto, traducción, génesis, engendramiento, genética, generación, GEN: regente, gerente, agente, gentilicio. Hibridación, exégesis. Procesos del sueño: condensación y desplazamiento, cuidado de la figurabilidad, elaboración secundaria. Los procesos de producción del sueño son procesos de adaptación de la vigilia a otra modalidad de funcionamiento de la conciencia. Del día a la noche. Pazadilla y pesadilla. Complejidad y simplejidad. “Simplejo”.

Engendramiento del sueño. En los escritos de psicoanálisis: viñeta, caso clínico, autobiografía, heterotanatografía. Géneros referenciales de la subjetividad. La memoria que depende del receptor.

Écfrasis: El término proviene de los vocablos griegos ek “afuera” y phrasein «decir, declamar, pronunciar». En griego antiguo, ἔκφρασιϛ, ‘explicar hasta el final’ es el nombre dado a la expresión verbal de una representación visual. Es un tipo de intermedialidad (neologismo reciente); puede ser real o ficticia y, a menudo, su descripción está insertada en una narración. Podemos tomarnos la atribución de generalizar con ese término a toda clase de adaptaciones entre géneros artísticos o modos de representación. Los cuadros shakesperianos de Füssli o las adaptaciones de novelas. Fácil hacer de una mala novela una buena película, difícil hacerlo a partir de una buena novela (Proust, Joyce, Musil)

***

 

[1] Catalá, J.M., Viaje al centro de las imágenes. Una introducción al pensamiento esférico, Santander, Shangri-La, 2017, 400 páginas.

[2] Ellis, G. y Solms, M. Beyond Evolutionary Psychiatry, Cambridge, Cambridge U. P., 2016, p. 19

[3] Recordemos repitiendo: en poética, ese tropo recibe el nombre de écfrasis: El término proviene de los vocablos griegos ek “afuera” y phrasein «decir, declamar, pronunciar». En griego antiguo, ἔκφρασιϛ, ‘explicar hasta el final’ es el nombre dado a la representación verbal de una representación visual. Creo que puedo ¾podemos¾ permitirnos generalizar llamando écfrasis a toda clase de adaptaciones entre géneros artísticos o modos de representación.

 

[4] La formula expresada en Il saggiatore es, a su vez, deudora del Timeo de Platón (360 a.C), para quien el mundo es inteligible como consecuencia de su matematicidad estblecida por el Demiurgo en el momento de la creación.

[5] Cf. Derrida, J. Théorie et pratique [1975-76] París, Galilée, 2017.

[6] G. Deleuze : Critique et clinique, Paris, Minuit, 1993, pp. 40 y ss.G.

[7] Lacan entendió esta doble modalidad con un concepto topológico que los sintetiza y que me extraviaría si la expusiese ahora : la asfericidad (Cf. : J. Lacan, « L’étourdit », cit., p. 471). René Lew (comunicación personal, 2018, nota con toda pertinencia : « L’intérêt de l’asphérique est qu’on peut en sortir dans le même temps où l’on y est emprisonné»). “El interés de lo “asférico” es que uno puede salir al mismo tiempo que queda aprisionado”. Es la topología propia del laberinto. Por no poder exponer aquí la topología asférica, me permito hacer una derivación bibliográfica que el lector puede encontrar a) abstrusa, b) interesante, c) fecunda. El texto de Jeanne Lafont puede consultarse en:

cerium.lutecium.org/…/iso-8859-1BculzdW3pIGFwc2jpcmlxdWU…

[8] G. Deleuze, cit., p. 126

[9] Bauman, Z., Liquid modernity. Cambridge, Polity Press, 2000. Citado por J. M. Catalá (op. cot.)

[10] Ya en este siglo se ha propuesto el término de infosfera (supuestamente inspirado en Teilhard) para designar el conjunto de los archivos de la humanidad en todas sus modalidades. El de ciberespacio es un concepto menos abarcativo pues se refiere únicamente a los registros on line de los ordenadores interconectados.

[11] Podemos encontrar un precursor de esta concepción en la oposición complementaria, propuesta por von Uexküll (1926), de un Innenwelt y un Umwelt. Cabe aclarar, sin embargo, que el Umwelt es definido por von Uexküll como el ambiente o ‘perimundo’ que rodea a un organismo viviente. No es la aletosfera lacaniana ni la noosfera de sus predecesores. El Umwelt es subjetivo.

[12] Tomamos de Wikipedia : En topología, una botella de Klein es una superficie no orientable abierta cuya característica de Euler es igual a 0; no tiene interior ni exterior. Otros objetos no orientables relacionados son la banda de Möbius y el plano proyectivo real. Mientras que una banda de Möbius es una superficie con borde, una botella de Klein no tiene borde. Tampoco lo tiene una esfera, aunque esta sí es orientable.

La botella de Klein fue descrita por primera vez en 1882 por el matemático alemán Felix Klein. El nombre original del objeto no fue el de botella de Klein (en alemán Kleinsche Flasche), sino el de Superficie de Klein (en alemán Kleinsche Fläche). El traductor de la primera referencia al objeto del alemán al inglés confundió las palabras. Como la apariencia de la representación tridimensional recuerda a una botella, casi nadie se dio cuenta del error.”

 

[13] Decimos « verdadera » banda de Moebius pues es la que resulta de practicar un corte a la aparente banda de Moebius que tiene una medio torsión. Tras el corte quedan dos bandas de Moebius que tienen dos medias torsiones cada una y, por lo tanto no son bandas de Moebius ya que deberían tener un número impar de medio torsiones, pero el espacio abierto por el corte es sí una banda de Moebius « verdadera », sin bordes ; por ser un espacio y no una cinta ya no puede ser cortado.

[14] Freud, S. Esquema del psicoanálisis [1938], cit., p. 204: “El futuro podrá enseñarnos a influir directamente, mediante sustancias químicas particulares, sobre las cantidades de energía y sobre su distribución en el aparato psíquico. Quizá surjan aún otras posibilidades terapéuticas todavía insospechadas; por ahora no disponemos de nada mejor que la técnica psicoanalítica, y por eso no se la debería desdeñar, pese a todas sus limitaciones”.

[15] Freud, S. Más allá del principio del placer [1920] Vol. XVIII, p. 44

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