El pasado día 23 de noviembre de 2019, en el marco de las prestigiosas XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica, convocadas y organizadas por APERTURA (Barcelona) y ACTO (www.actobarcelona.com), presenté una breve exposición con el título de esta entrada. El simposio tenía como título FEMINISMO, PATRIARCADO. SUS EFECTOS. A continuación puede leerse el texto de mi ponencia.
EL PATRIARCADO EN LOS TIEMPOS POSTEDIPICOS
A Tamara, con amor
El patriarcado es un régimen de gobierno (arché) definido por la filosofía política y por la sociología. Según el diccionario es una “Organización social primitiva en que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder hasta los parientes aun lejanos de un mismo linaje”. Habría que cuestionar la calificación de “organización primitiva” pues hasta nuestros días perdura un sistema político en donde padre, patria, potestad y poder conforman una unidad indisociable, al margen de que pueda haber una reina o una presidenta o que las mujeres vayan conquistando autoridad, se vayan, como se dice hoy, siguiendo un sospechoso anglicismo, empoderando, empowering. Bien sabemos que power tiene el mismo origen lingüístico que padre. Aunque acabe siendo padre impotente o desposeído.
El patriarcado no es un tema de la teoría psicoanalítica. Sí lo es, en cambio, la constitución del sujeto, de todo sujeto, más allá de la idea de “individuo”. Ahora bien, en todas las sociedades se delimita un lugar variable, asignado convencionalmente al padre, que es consustancial con las ideas de autoridad y poder. Recordemos que Freud le proponía a Einstein que cambiase la palabra “poder” (Mach) por la palabra “violencia” (Gewalt). Todo hablente está marcado por la función paterna, que es histórica y variable pero, para bien decirlo, es “eviterna”. Siempre las sociedades asignaron atribuciones legales, aunque cambiantes, al padre. Las nuestras, postindustriales, informáticas o hipercapitalistas, son ejemplos rutilantes de la decadencia de la figura paterna clásica tal como lo advirtieran Lacan en 1938, Marcuse en 1963 y Deleuze y Guattari en 1972. ¿Se acabó el patriarcado o, siendo eviterno, continúa de manera subrepticia en nuestra cultura digitalizada? ¿Es Edipo un personaje del pasado? La dilución de la autoridad del padre es un hecho indiscutible para la mirada del sociólogo… pero su remplazo por los artefactos cibernéticos no trae aparejado el fin del patriarcado. En otras palabras: el Rey ha muerto, ¡viva el Rey! Una aparente anarquía se impone cuando la consigna es “Haz lo que quieras. Total; a nadie le importa”. El resultado está a la vista: es una anarquía apática.
Habremos de dar por conocidas las volubles elaboraciones hechas en torno del padre, de su función, de la relación con la madre, de la ausencia o de la presencia imperial e imperativa, de los mitos sucesivos sobre el padre en la obra de Freud, de la función, del nombre, de la metáfora paterna y sus derivas en la obra de Lacan, de la sociedad sin padres, de la antropología, de las religiones, del padre en los tres registros: real, imaginario, simbólico, de los regímenes legales, de la sociedad gobernada por algoritmos… y no sigo.
Partimos de un hecho insoslayable: no podemos seguir sosteniendo, con el Freud de hace justo 100 años, que el edipo es el schiboleth que permite distinguir a los partidarios del psicoanálisis y sus adversarios. Vivimos, ciertamente, en tiempos postedípicos pero reconocerlo no implica pensar que el tema del padre sea obsoleto; él siempre estará presente cuando se trata del poder y de la violencia. Sucede que el patercentrismo freudolacaniano es hoy tan obsoleto como el heliocentrismo copernicano en la astronomía. E igualmente es obsoleto el padre en el derecho contemporáneo en relación con el derecho tradicional, romano. El padre pudo ser en la teoría, mediante su nombre, lo que separaba al hablente de su madre y del presunto temible abismo que se abría por la aborrecible voracidad materna y donde, falo mediante, como metáfora, el padre era un faro, el faro, que indicaba el camino de la separación necesaria tras la primera alienación en el deseo de la madre, una condición para salvarse de la psicosis. Hoy, el padre, el personaje del padre, ha sido relegado al lugar de un artefacto cuestionable, perimido, defectuoso. Si antes daba las órdenes e imponía el orden en la estructura subjetiva, hoy ha sido desplazado por otro ordenador, por un artefacto, que tiene todas las respuestas, que las conoce antes de que se le pregunte, un chirimbolo maquínico que somete por igual a los llamados progenitores y a su progenitura. Prácticamente todos acabamos siendo los hijos dóciles del ordenador.
El padre en sus distintas encarnaciones: Dios, rey, sumo pontífice, paterfamilias, rey, estado, significante amo, portavoz de la ley y de la prohibición del incesto, dibujante de la frontera entre dos sexos diferenciados como masculino y femenino, autoridad, dueño del sentido que imponía su voluntad sobre lalengua materna, ha sido destronado, derrocado, decapitado.
En nuestro mundo globalizado el pensamiento líquido de Baumann ha producido un deshielo del pensamiento sólido. El pensamiento débil, proclamado por Vattimo, ha clausurado el pensamiento fuerte, organizado en grandes relatos (incluyendo el mito edípico de Freud), que mostraban a la historia como un proceso continuo, ininterrumpido, previsible, que trazaba las vías desde el génesis al apocalipsis.
“Dios ha muerto”, decía el loco; “nosotros lo hemos matado”. La evolución del capitalismo impone hoy sus leyes inexorables, las de los mercados, ordenando el proceso de subjetivación en la banda de Moebius que integra al individuo en la sociedad. Ahora el gobierno es impersonal, algorítmico.
Nadie sabe lo que vendrá; lo que es seguro es que será diferente. Es el tema de la imaginación fantacientífica
No es el momento de detenerse sobre las tristes figuras de Jakob Freud, de Charles Marie Alfred Lacan o del padre de cada uno de los aquí presentes, o el sostenido por los nostálgicos del padre en el psicoanálisis (Pierre Legendre, Charles Melman, para nombrar a dos que creen, dicen, ser lacanianos). Puede ser más actual referirse a los teóricos de esta relegación paterna: Bataille, Reich, Melanie Klein, Adorno, de Beauvoir, Marcuse, Deleuze, Guattari, Foucault, Butler, Tort, Máximo Recalcati, Norberto Ferrer, etc. incluyendo, por cierto, y no sin vacilaciones, a Lacan mismo. En la enseñanza de éste, en la que nos hemos formado, se aprecia el claro inicio con un comienzo glorificador del padre que salvaba de la psicosis evitando los efectos deletéreos de la forclusión del significante troncal o que provocaba, al extralimitarse, la psicosis schreberiana. Supimos leer, en la obra posterior, el claro aunque lento, sinuoso, pasaje desde esa esencial “metáfora paterna” de los años estructuralistas al padre postestructuralista, postedípico, de la père-version normalizante. Tampoco nos corresponde ahora detenernos en esa historia que cualquiera puede seguir en las obras de tales autores y hasta puede que en Wikipedia. Tampoco rumiaremos aquí lo bien sabido de la diferencia entre la persona y la figura del padre, su lugar como metáfora o como significante o su variabilidad en la antropología, incluyendo a las culturas sin padre como los Na de la China.
Cabe, sí, destacar que el psicoanálisis vivió un momento decisivo que puede fecharse con claridad: el convulsivo año1968, que produjo un cuestionamiento del lugar del padre y del edipo en Lacan. Esa metamorfosis discursiva puede seguirse en los seminarios que desde el XVI (“De un Otro al otro”) en adelante fueron tomando prudente y creciente distancia de las tesis anteriores cuyo cenit tenía como jalón el seminario III sobre las psicosis y el escrito sobre la cuestión preliminar a cualquier tratamiento de las psicosis. 1968 es también el año decisivo en el pasaje de Lacan desde el estructuralismo al postestructuralismo. Es el año que vivimos peligrosamente, cuando saltamos el muro y pasamos de la lingüística a la lingüistería. Esa desilusión, dilución, disolución, del padre lacaniano alcanza su punto culminante cuando un discípulo, Félix Guattari, une su experiencia clínica en instituciones comunitarias a la vitalidad del rigor teórico de un célebre filósofo, un seguidor extranjero, un no analista, de la enseñanza de Lacan: Gilles Deleuze. Entrambos publican un libro que sacudió a la teoría y la práctica del psicoanálisis: Antiedipo (1972) cuyo subtítulo destacaba, con profética lucidez, la subversión política del pensamiento tradicional en la ciencia de Freud y Lacan: Capitalismo y esquizofrenia. Lacan sospecha de ellos dos, los lee ni bien se publica el libro, asimila las tesis de estos discípulos díscolos y, sorprendentemente (o no), prohíbe que en sus filas se cite o se discuta la obra. El maestro se priva de mencionarlos a la vez que muestra, en los seminarios que siguen a 1972, que se deben abrir nuevos caminos siguiendo las líneas antiedípicas, postfreudianas, que él mismo había prefigurado con claridad desde el seminario XIX (Ou pire…) pronunciado justamente en 1971-1972.
Ahora, algunas décadas después, en 2020, podemos releer Antiedipo encontrando allí adelantos de lo que podemos avizorar como nuevos modos de constitución subjetiva en la civilización tecnocientífica, la nuestra, especialmente a partir de la promoción de la infernal máquina de calcular, más peligrosa que la bomba atómica, según decían Lacan y Heidegger, ya en 1954. Se entrelazan en la maraña de una telaraña a todas las máquinas de calcular del mundo (y a nosotros que somos sus usuarios, es decir, sus proletarios). Ese invento, rigurosamente unheimlich, llamado internet funciona desde 1993, tanto tiempo después de la muerte de Lacan y Foucault. Nos globalizamos: la web nos calcula. Somos el espectáculo operativo de esta divina maquinaria.
“Esquizofrenia y capitalismo”. El capitalismo refulge como un huésped insólito en su cópula con la esquizofrenia. Hoy me animo a remplazar la palabrota “esquizofrenia” por un vocablo similar que no viene de la psiquiatría, me animo a cambiar esquizofrenia, terminajo médico, por una palabra del lenguaje corriente: “desquicio”, “desquicio subjetivo”. Capitalismo y desquicio. Es así como interpreto la sumisión a los mentados dispositivos tecnológicos anónimos que se arrogan, de forma irreversible, las funciones clásicas del padre. No gobiernan hoy ni el padre ni sus sucesores; ahora la gobernamentalidad es impersonal y funciona de modo continuo: 24 horas/7. Esta globalización del saber y de las lenguas produce, no, como pudiera pensarse, una identificación masiva en torno a algún significante amo sino, por el contrario, una proliferación de “nombres-del-Padre”, de los S 1, una atomización de la vida comunitaria, una dilución de los ideales y de los lazos sociales, etc. Resultado de ello es la segregación progresiva de los sujetos y de los grupos en torno a un enjambre, una infinidad de variantes de lo que en el lacanismo tradicional podía referirse a la función paterna. Los nombres-del-Padre han pulverizado al padre del nombre. Es evidente: la globalización disgrega y segrega a los individuos en el hombriguero. Cada uno para sí y la mano invisible de los mercados contra todos.
El imperio del objeto tecnológico impone, a lo que queda del sujeto, la renuncia singular y colectiva al deseo. Si eso sucede no es por la ley de prohibición del incesto (que bien podría abolirse en nuestro tiempo sin que nadie salga ferozmente en su defensa). El deseo se vuelve una categoría anacrónica. Cede el paso a la satisfacción gocera siempre ofrecida por objetos que responden, no al deseo, sino a la demanda del Otro anónimo, trasnacional, invasivo, que nos aísla envolviéndonos en una red inmersiva en la cual somos calculados y calculables, fuentes de metadatos. El Otro nos inscribe en una escritura imborrable, redactada en una lengua inefable e ilegible, no materna, sin madre, la del binarismo de unos y ceros. El deseo, siempre prometido a la insatisfacción, era la fuerza impulsiva, poiética, que fabricaba sueños y llevaba a la creación consecutiva de hechos históricos e historizables, ordenados como una sucesión de fallos en la prosecución de sus fines. Una sucesión de fracasos, en otras palabras, la historia.
Ahora se comprueba que hubo una anticipación de Lacan cuando anticipaba la aniquilación del deseo bajo la satisfacción gocera de la demanda procedente del Otro. El caso emblemático es el de la anorexia nerviosa como resistencia.
La pulsión puede satisfacerse mediante infinitos desplazamientos metonímicos: oigamos al gran Otro: “Como este objeto no calma tu falta, tienes aquí otro u otro más que sí lo hará. Pide que te será dado; cuando te sientas decepcionado podrás volver a pedir; cuando todo te falle sentirás que tienes la culpa por no saber disfrutar de lo que se te ofrece. La melancolía se encargará de tu carne y te venderemos para curarla unos productos químicos fantásticos, de nueva generación, que te regenerarán los neurotransmisores y te corregirán el cableado cerebral”.
El agotamiento de los recursos naturales posiblemente está tan avanzado como el agotamiento de los recursos subjetivos que se hace patente en nuestro tiempo. Hay un goce apocalíptico en la comprobación del desastre ambiental y el cálculo del tiempo que le queda a la vida humana en el planeta. Pero veamos en qué medida, al invocarlo, no estamos hablando más bien, también, de los harapos de una subjetividad en ruinas, de nuestra incapacidad para habitar en este mundo psíquico que se contrae cada día ante nuestros ojos. Desolación, depresión, duelo, melancolía. La sombra de los objetos cae sobre el yo.
¿Y el patriarcado ordenador? Bien. Gracias.
Néstor A. Braunstein, Barcelona, octubre de 2019.
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Impecable articulo!!! Gracias por compartir.