DE LA AUTORIZACIÓN Y DE LA PASE
Néstor A. Braunstein*
No saltearemos los pasos ni forzaremos su secuencia, a veces mal conocida.
“Para empezar (d’abord), un principio: El psicoanalista solo se autoriza por él mismo”.[1][2]
Magnífico comienzo… solo que no es el comienzo.
“Para empezar”, sí; pero la obra (ergon) lleva un título, un parergon, y después, separado del tronco textual, un segundo parergon; ambos forman parte de ella a la vez que están separados de ese tronco. Las famosas palabras están precedidas, a su vez, por unos párrafos en los que se anticipa que se presentará una “solución del problema de la Sociedad psicoanalítica”, solución que “se encuentra en la distinción entre la jerarquía y el gradus”, para lo cual Lacan adelanta que propondrá un dispositivo y que habrá que “recordar (chez nous) para/en nosotros lo existente”.
Entonces, solo entonces, aparece el enunciado:
“Para empezar (d’abord), un principio: El psicoanalista solo se autoriza por él mismo”.[3]
Pocas expresiones de Lacan habrán dado lugar a tantos malentendidos en razón de haberla sacado de contexto, de haberla separado del título del escrito en el que aparece y de esas varias líneas precedentes. Antes que nada: (d’abord) el título del texto. Habrá que tener en cuenta que el aforismo, fulgurante, aparece en la primera página de la “Proposición del 9 de octubre de 1967, sobre el psicoanalista de la Escuela” (cit.). Nada de extraño tiene, pues, que se lo considere como un enunciado englobante, después de haberlo separado del encabezamiento (como parergon), del segundo parergon que es un epígrafe y de los párrafos precedentes así como de las consecuencias, que se refieren a los procedimientos para acceder a la designación del analista de la Escuela. Esa propuesta fue la que Lacan apoyó y llevó a una votación que la promulgó un buen tiempo, meses, después, en la asamblea del 26 enero de 1969.[4]
Desde la propuesta del título, nótese, “el psicoanalista” no es “un psicoanalista”, es el psicoanalista de la Escuela, fundada tres años antes, en 1964. La frase, devuelta a su contexto, podría rezar: “El psicoanalista [el de la Escuela Freudiana de París que Lacan fundó en 1964 y disolvió en 1980] solo se autoriza por él mismo”. Puede legítimamente también sostenerse que, después de la disolución, Lacan “adoptó” in extremis, in articulo mortis, una nueva Escuela, llamada de la Causa Freudiana, que mantuvo las propuestas del aquel 9 de octubre, a las que después se fueron haciendo cambios en función de contingencias institucionales que no es del caso reseñar aquí. Y agregar que varias asociaciones surgidas después de la disolución han tratado de incorporar esa propuesta del año 1967 a sus propios procedimientos para reconocer a sus analistas siguiendo, más o menos, los pasos recomendados en la proposición de Lacan.
En el mismo día de la asamblea de aprobación, el 26 de enero de 1969, después de la votación y a modo de “condamnation” (repudio) de lo aprobado por el conjunto, P. Castoriadis Aulagnier, F. Perrier y J. P. Valabrega, lacanianos de la primera hora, elevaron su dimisión a la Escuela considerando que “los modos de designación y promoción analíticos eran incompatibles con las garantías necesarias para una actividad psicoanalítica rigurosa”[5]. Guy Rosolato adhirió poco después. Como es bien sabido, de esa disensión surgió el llamado “Cuarto Grupo”, fuera de la E. F. P.
Puesto que lo esencial de la “Proposición” (que es la pase) viene a continuación del aforismo que motiva este número de la Revista Uruguaya, d’abord (para empezar) hay que empezar por el comienzo y es que la propuesta venía siendo preparada desde el “Acta de Fundación”[6]. En ella, años antes, Lacan abogaba por la creación en la Escuela de tres “secciones” dirigidas por él con dos colaboradores para cada una, también elegidos por él, de las cuales citaremos la primera: “1) SECCIÓN DE PSICOANÁLISIS PURO, propiamente dicho, … el psicoanálisis didáctico” (cit., p. 230). La “Proposición del 9 de octubre…” tiene como objetivo consagrar un flamante dispositivo para el reconocimiento del “psicoanalista de la Escuela”: el dispositivo de la pase.
Después del “Acta de Fundación” de 1964 y como anexo a la “Proposición…” de 1967 hay un texto “misterioso” de Lacan, pleno de significación, sin fecha precisa, anterior a la votación, que se le atribuye de manera indiscutida y que conviene revisar. Curiosamente no ha encontrado un lugar en los “Autres écrits” publicados por Jacques-A. Miller en 2001 (cit.).[7] Miller mismo lo dio a conocer en 1986 precediéndolo con un epígrafe en el que se lee:
“La puesta en marcha de la ‘Proposición del 9 de octubre de 1967’ exigía un reglamento preciso. El texto que aquí se publica reproduce un documento dactilografiado que circulaba en la ex Escuela como Anexo a la Proposición en su versión oral. No puede ser considerado como un escrito de Lacan por ser sin duda un primer impulso (jet). El procedimiento adoptado en 1969 difiere en muchos puntos de este (cf. Scilicet, nº 2-3, pp. 30 y ss)” . Precisemos: la portada de Ornicar? 37 del verano de 1986 anuncia a todo trapo: “Jacques Lacan: Une procédure pour la passe”.
El texto (p. 7) lleva el nombre del autor “Jacques Lacan” y el título ya citado. Pero “no puede ser considerado como un escrito de Lacan” (¿?)”. La autenticidad es indiscutible pues ya había sido ampliamente copiado y comentado por Piera Aulagnier[8]. Me permito reproducir lo que me parecen los dos párrafos más polémicos de ese (¿no?)escrito de Lacan en los que coinciden plenamente el texto copiado por Aulagnier (1969) y el difundido por Miller (1986):
“¿Quién se presenta al tribunal de confirmación (jury d’agrément)? Psicoanalistas con vistas a ser reconocidos como A. E. ¿Porqué se pretendería menos? – si uno tiene la valentía. El Analista de la Escuela es, no lo olvidemos, el que contribuye al avance del psicoanálisis. ¿Por qué no comenzar por allí desde que uno llega.
Y sigue:
“Hay por otra parte algunos que más modestamente se contentarán con probarse como analistas. Allí es donde la Escuela se inmiscuye y de modo siempre positivo. Confiere el título de A. M. E. sin que haya necesidad para ello de ninguna postulación. Tal será la tarea del órgano estable en marcha, la del tribunal de confirmación”.
Que quede claro, la proposición de Lacan no es general sino restrictiva, “solo el psicoanalista” significa “solo el psicoanalista de la Escuela” uno que podrá ser graduado (gradus) como AME o AE (cit., pp. 242-243). Además de esos dos niveles, hay, en una posición más humilde, fuera del estatuto, los AP, analistas practicantes, cuyos nombres figuran en el anuario, inscriptos como tales y cuyo oficio se ejerce al margen del reconocimiento por la Escuela, independientemente de haber sido analizados o no, miembros que declaran dedicarse al psicoanálisis, al margen también de sus grados o niveles académicos. Ellos pueden solicitar el análisis o el control de sus casos a los AME y los AE. Dumézil delimita las funciones y capacidades: “Declararse psicoanalista, esta es la razón del título de AP, proclamar (relever d’) una competencia es la del AME, proclamar un rendimiento (performance) la del AE”.[9] Podía inscribirse como AP quien se declaraba psicoanalista, pero no por ello era “el psicoanalista de la escuela” al que se refería el título. “Al comienzo un analista practicante solo se registra allí de la misma manera en que se lo inscribe como médico, etnólogo y tutti quanti”.[10] Claramente Lacan indica que no es un “analista de la Escuela” sino uno inscripto en ella, como uno cualquiera (et tutti quanti).
Volver al principio anterior al d’abord: no hay más que leer el primer párrafo de la “Proposition”: “Se tratará de estructuras afirmadas (assurées) en el psicoanálisis y de garantizar su efectuación en el analista”. (cit., yo subrayo). Todo ello es el preámbulo para la propuesta de la pase, corazón y núcleo de la “Proposición”. La frase de la autoautorización, unas líneas más adelante, es tan contundente que Lacan mismo se vio forzado a precisarla, años después, para evitar ciertos malentendidos que generó: “Incluso si el analista solo se autoriza por sí mismo, ello no quiere decir que esté totalmente solo para decidirlo. Se autoriza también por algunos otros”.[11]
El dr. Oyervide (cit. p. 51), en un párrafo que podría figurar como insignia de este escrito, comenta el epigrama:
“Enunciado subversivo que, echando por tierra todo andamiaje de control o de poder, a nadie deja indiferente. Los no analistas se precipitaron sobre él pensando que los laureles estaban allí para la autocoronación. Las instituciones pusieron el grito en el suelo desposeídas de la omnipotencia productora de analistas ideales para una sociedad ideal. Pero este aforismo sólo concierne al analista que se interroga sobre los matices de la traducción y de la significación”.
Claramente: no cualquiera, el psicoanalista, solo el psicoanalista; quien ha hecho un psicoanálisis “propiamente dicho”, “puro” o “didáctico” … de acuerdo con los cánones fijados por la Escuela. No vale para cualquier psicoanalista, por ejemplo, el psicoanalista formado en otras instituciones, donde imperan otros procedimientos para decidir quién es y quién no es psicoanalista. A esos Lacan ya los había ridiculizado en el artículo que sirve de “fondo” a la propuesta de 1969 (es el segundo parergon, el que sigue al título), redactado en 1956[12] e incorporado a sus “Écrits”. La “proposición”, con su fecha muy precisa en el calendario, se refiere desde el título mismo al “psicoanalista de la Escuela”, solo a él.
Con la pase para llegar a ser AE (analista de la Escuela), un grado más allá del AME, se abren grietas en la fórmula sobre la autoautorización. Además del analizante y del analista didáctico, hay un tercer espacio, el de los pasadores y un cuarto espacio necesario, no opcional, el de la Escuela, que tiene la capacidad de garantizar, según sus criterios, que el analista surge de su formación en ella y que esta Escuela (la Freudiana de París, disuelta en 1980) puede hacerlo por su propia iniciativa (“de son chef”, cit.). “Y el analista puede querer esta garantía, que, desde luego, no puede sino ir más allá : hacerse responsable del progreso de la Escuela y llegar a ser psicoanalista por su propia experiencia”. Eso puede hacerlo de dos formas: a) como Miembro de la Escuela (AME) porque la Escuela lo reconoce como analista que hizo, que cumplió, sus pruebas, y b) como Analista de la Escuela (AE), a quien se le considera ser los que pueden testimoniar de los problemas cruciales del psicoanálisis en los puntos candentes a los cuales ellos mismos están dedicados o se hallan ya en el camino de resolverlos. Para llegar a esa condición es necesario querer ocupar el lugar y demandarlo, de hecho o formalmente, pedir la pase y la designación de pasadores que serán nominados por el analista y elegidos por sorteo. Ese pedido se formula al analista didáctico que puede contestar “sí”, “no”, “quizás” o “puede que más adelante” y acceder a designar los pasadores escogidos, las más de las veces, entre sus propios analizantes.
La Escuela puede, “y por lo tanto debe” garantizar la relación del analista con la formación que allí se dispensa. Funciones de la Escuela son la de “presentificar el psicoanálisis en el mundo” (psicoanálisis en extensión), y la del psicoanálisis en intensión, es decir el didáctico, que interviene para que en ella se prepare a sus operadores (psicoanálisis en intensión). Esta experiencia es esencial para aislarlo del terapéutico que distorsiona al psicoanálisis con solo amortiguar su rigor” (cit., p. 246)
El resto de la proposición, que incluye, en el punto señalado, el célebre aforismo de la autorización “por sí mismo”, está dedicado al dispositivo de la pase que excede al tema de este número y para el cual la bibliografía es inagotable. De todos modos debemos abordarlo, al menos tangencialmente, pues las dos cosas: pase y autorización son consustanciales.
Ha llegado el momento de explicar las razones de nuestra elección del género femenino para llamar al original procedimiento puesto en función por el texto de Lacan. En español, el sustantivo pase es únicamente masculino, según la RAE. El vocablo tiene cinco acepciones cuando se trata de la acción y efecto de pasar y cuatro más derivadas del imperativo del verbo. En francés, no: existe el sustantivo passe para los dos géneros con acepciones diferentes para cada uno: le passe (poco usual) y la passe. Desde 1375, la passe “expresa el sentido activo de la acción de pasar”.[13] Es el uso corriente con varias acepciones que equivalen a las del español el pase (n.m.). Existe además en francés el sustantivo masculino, por ejemplo, cuando se dice ouvrir une porte avec un passe.[14] Es usual para formar sustantivos compuestos: Le passe-partout, referido también a la acción de abrir puertas: (el passe-partout es una llave que abre muchas puertas), etc. El procedimiento inventado por Lacan es siempre llamado la passe. ¿Qué se opone a usarlo tal como él lo hizo, como n.f.: la pase, y subrayar así, en español, la originalidad del sintagma lacaniano para algo que no se identifica con las nueve acepciones que tiene el pase? Ya no se confundiría con la significación de la palabra en los deportes, el hipnotismo o la tauromaquia. ¿Sería anómalo en nuestra lengua? De ninguna manera: hay unos cuantos vocablos que no dudamos en usar como sustantivos femeninos: base, clase, fase, frase a los que nadie podría manejar como si fuesen de género masculino. Quien lea, en un texto en español, la pase sabrá bien que se está hablando de una expresión original, incompatible con las de “el pase”, que solo tiene validez en el vocabulario del psicoanálisis, muy específicamente en el del psicoanálisis lacaniano, un procedimiento legislado para el pasaje del analizante al analista de la Escuela y que excluye todas las demás acepciones. No existen las pases espontáneas, mecánicas o decididas por soi même. “La pase” es invención de Lacan que intenta, por primera vez, salir de las impasses sobre la formación del analista y su designación como tal según las instituciones herederas de la Asociación fundada por Freud, esas de las que él había sido excluido.
Lacan denunciaba “después de no menos de medio siglo” la esterilidad de las sociedades que seguían lo que Freud había querido para definir la terminación de un análisis. Hablaba y daba como razones la conjugación de “la pregnancia narcisística y la astucia competitiva”. (cit., p. 245) Debemos decir que ahora, en 2020, otro “no menos de medio siglo” ha pasado y podemos preguntarnos, a la luz de la experiencia, si esa nefasta conjunción ha quedado en el pasado. Si la propuesta de la pase, definida como un fracaso (échec) por Lacan a los 20 años de su implementación (1978) y continuada por la siguiente institución que él “adoptó” puede ostentar mejores credenciales. Más de un siglo nos contempla desde esa pirámide que fue la EFP.
La pregunta es crucial: ¿tenemos hoy, 53 años después, mejores indicaciones de lo que es un psicoanálisis terminado que cuando Lacan sacudió las apolilladas estructuras jerárquicas de las instituciones “oficiales”? Sabemos que hacia el final de su vida expresó su desilusión y su conclusión de que la pase nada le había enseñado de lo que esperaba aprender sobre el fin de un análisis didáctico. ¿Hay una diferencia cualitativa entre los analistas de cualquier institución según hayan seguido o no el procedimiento de la pase que culmina con la designación del postulante (y, de paso, también de su analista, si no lo era ya) como AE? Podemos invocar desde ahora las interrogantes que plantea Moustapha Safouan[15] en una obra a la que volveremos in extenso:
“La noción de pase tuvo un papel decisivo en el destino de la EFP (1964-1980). Se trataba de una noción que aparentemente tenía una considerable importancia doctrinaria pero de la cual no se conocía con exactitud el estatuto. ¿Representaba un ideal científico concerniente al fin del análisis o era un concepto especulativo como el del análisis “puro? O, más aun, ¿se trataba de un hecho decisivo que determina el ejercicio profesional del análisis?”
Frente a esa incertidumbre cabe preguntar: ¿Quién necesita de la pase: a) el analizante que ha hecho un progreso definitivo en su cura y que ha pasado por el análisis de control; b) el analista didáctico que ha afrontado tanto la certidumbre como el horror de su acto o, c) la Escuela que maneja los grados (no jerárquicos, por supuesto) en el interior de su estructura? ¿Los tres? Recordemos el primer párrafo de la Proposición: “Se tratará de estructuras afirmadas en el psicoanálisis y de garantizar su efectuación en el psicoanalista”. ¿Con la pase, se ha dejado atrás la “cooptación de los sabios… que promovía un retorno al estatuto de la prestancia, conjugando pregnancia y astucia”? (Lacan, “Proposition” cit., p 245).
Es también el momento de preguntarse sobre los efectos que los procedimientos de pase han tenido sobre el psicoanalista, sobre la clarificación del deseo del analista, sobre las instituciones lacanianas, sobre la presencia del saber del psicoanalista en el mundo de las ideas en los tiempos actuales. Hoy, cuando el saber (objetivado en mecanismos numéricos) funciona como una barrera “científica” interpuesta en el camino de la verdad que se intenta recorrer en la experiencia de un análisis y sobre los modos de transmisión de esa verdad del sujeto alcanzada al cabo de un análisis que llegó a su final lógico. En nuestro tiempo el sujeto supuesto saber, al que habría que destituir, está materializado en un aparato dueño de todas las respuestas a todas las preguntas. Por eso mismo, todo el saber entrelazado de todos los ordenadores del mundo (w.w.w.) se erige como un obstáculo en el camino intencionado e intentado por el psicoanálisis, develador del sujeto del inconsciente, un sujeto que va en busca de ese más allá del saber que es la verdad, esa que solo a medias puede ser dicha, la que se vislumbra en el análisis que retroactivamente habrá sido didáctico y fundamenta que alguien pueda autorizarse como psicoanalista.
¿Hay diferencia –y cuál– entre el sujeto psicoanalista pasado y el impasado?
Más de 50 años después de las disposiciones freudianas que no hicieron adelantar en nada lo que se sabe y lo que se espera del final de un análisis didáctico; más de cincuenta años después de proponer un nuevo mecanismo institucional para ver lo que se ha logrado en un análisis didáctico, puro o propiamente dicho. ¿En qué hemos progresado? Piera Aulagnier[16] se encomendaba a Aristóteles para empezar y terminar su artículo ya citado sobre el “psicoanalista de sociedad”: “Por apego a sus opiniones, esta gente (los filósofos) dan la impresión de conducirse como aquellos que, en las discusiones, defienden sus tesis hacia y contra todo. Sostienen sin vacilar cualquier consecuencia, convencidos como están de detentar principios verdaderos. Como si ciertos principios no debieran ser juzgados por las consecuencias que de ellos se derivan y sobre todo por su fin” (cit., p. 7). Concluye la analista disidente: “Entre las posibilidades ofrecidas al psicoanálisis… toda verdad, todo principio, todo acto de buena fe deben y deberán siempre ser juzgados por las consecuencias… El psicoanálisis no puede sustraerse a esta prueba y las sociedades de psicoanálisis todavía menos…” (cit., p. 35).
No se puede hablar desde prejuicios cuando es posible recurrir al testimonio de los actores y de los protagonistas de la efectuación del proyecto. Por cierto que es imposible hablar de todo y de todos. Tomaré ejemplos paradigmáticos de tres de esos protagonistas: Jacques- Alain Miller, Erik Porge y Moustapha Safouan a los que agregaré un testimonio ya clásico: el de Serge Leclaire. ¿Una selección arbitraria? Seguramente… como todas lo serían.
Comenzaré por comentar, con las citas pertinentes, un texto de Jacques-Alain Miller de hace diez años[17]. Es esta pase? se preguntaba el líder entonces indiscutido de la Escuela. Dice: “La respuesta afirmativa se transforma de inmediato en un juicio propulsivo. En las circunstancias actuales el pasante adquiere una notoriedad instantánea. Si el secretariado demora uno o dos días en transmitir la decisión… comienza la inquietud: “¿Qué está pasando… ?”. “El discurso que hasta ahora era confidencial se hace público y puede decirse que la respuesta “sí” ilumina la escena del mundo, de nuestro mundillo al menos. Se delibera a hurtadillas en los pasillos, en todos los recovecos de nuestro mundo. Es muy singular. Así como el sí es propulsivo, el no es retensivo; el discurso se retiene. El cohete se desmantela y así se queda. Podemos desencadenar el estruendo o podemos licenciar a la orquesta. … Esto sucede por la existencia de la Escuela Una, verdadera cámara de eco (d’échole) y además por la existencia de internet que anula la distancia entre el momento en que se dice sí a las frases muy íntimas que nos llegan y a la propagación casi universal de este sí.” Internet globaliza la pase; la traslada a la aletosfera.
Más adelante leemos: la pase es una performance, no es una competencia (recordemos que la competencia era la del AME mientras que la performance, la actuación efectiva, corresponde al AE). Para el pasante hay una incertidumbre; es un aspecto ineludible, o sea, la apuesta (pari) de la pase, una apuesta que nadie está seguro de ganar. Uno pone en juego su análisis al resumirlo en una unidad y apuesta en el sentido pascaliano que, bien sabemos porque Lacan lo dijo, es una apuesta perdida. El pasante se esfuerza por hacer de su propio análisis un objeto pequeño a, a fin de que todo el mundo reconozca el esplendor y exclame “es bello, es lo nuevo” y aun “es un salto en el saber”. Uno trata de hacer de su análisis un agalma. He ahí, en fin, eso que comanda la pase”… “Si hay fracaso en la pase, eso que se presentaba como agalma acaba por ser palea. Lo que queda es que este pequeño a de la pase es un producto del cierre del análisis como uno que no se halla en el curso del análisis”. Cada analista elige el modo de testimoniar de su pase. La pase es su interpretación. El pasante interpreta su concepto del inconsciente, el concepto de deseo, el concepto de fantasma y así se alcanza una indicación sobre el deseo del analista. “Lacan dio la definición del AE al decir que podía testimoniar de los problemas cruciales del psicoanálisis pero no lo marcó como una obligación”. (cit., p. 86)
La ECF (de Miller) procedió a un forzamiento. Esa “obligación” que Lacan no demandó constituyó pese a todo un estándar. ¿Cuál estándar? Miller no tiene empacho en decirlo, con una palabra bastante inusitada: “Es la estelarización (starification) del pasante. “En la ECF … la pregunta “¿Es pase?” se convirtió en: ¿Vamos a seleccionar a este pasante para que sea una star del psicoanálisis? Hay en el fondo una cierta tendencia a que el tribunal (cartel) de la pase sea como el de una audición o de un casting en la medida en que el tribunal juzga del interés de la Escuela, de la Escuela Una del Campo Freudiano, como el interés superior del psicoanálisis… Es un poco molesto (encombrant) tener que admitirlo pues hay una retroacción de la pase 3 (el testimonio público) sobre la pase 1 (el psicoanálisis propiamente dicho) como una obligación de tener el deseo de hablar de eso. Llego incluso a decir que sería necesario que el análisis desemboque en el deseo de exhibirse, es decir, que la pase tenga algo del deseo del actor”… No obstante, sorprende el final de este artículo de Miller de 2010: “A pesar de sus impasses, sus dificultades y sus paradojas, la pase sigue siendo indispensable. Por lo pronto, asegura una presencia de la institución en el análisis ”. (cit., p. 88) El artículo concluye refirmando esta dudosa indispensabilidad: “De modo tal que, a través de sus dificultades, a través de nuestra confusión (égarement) está bien que siga y tan solo podemos desear que la pase se perfeccione más allá de nuestros medios”. (cit., p. 90).
Interrumpo aquí la cita, no sin recomendar la lectura del artículo entero. Es asombroso. El AE que llega a serlo después de su pase alcanza el estatuto de una star. J.-A. Miller siente su embarazo al reconocerlo. Le estorba, se reconoce encombré al igual que su suegro, 22 años antes, cuando admitió que el fracaso de la pase lo llevaba a la conclusión fastidiosa (ennuyeuse) de que el análisis era intransmsible. La pase plantea, por su procedimiento dos resultados posibles: pasar o no pasar (a AE) agalma o palea. Ya no la distinción freudiana entre el oro y el cobre sino la opción polar que marcará al (la) pasante: estrella o mierda.
¿A qué distancia quedamos, si este es el planteo, de “la prestancia narcisística y de la astucia competitiva” que Lacan planteó como esencial en la definición del psicoanalista de las otras instituciones? O, para concluir con las citas del claro artículo de Miller, “el jury no contempla solo la pase uno sino también la pase 3 “en el interés de la Escuela, de la Escuela Una, del Campo Freudiano, en el interés superior del psicoanálisis. … este factor es, habrá que decirlo, un poco estorboso (encombrant) pues hay, a la vez (du coup), por eso, una retroacción de la pase 3 sobre la pase 1”. (cit., p. 89, subrayados míos).
Cabría plantearlo así: entre el psicoanalista y el psicoanálisis hay un muro: la Escuela. O, despejando excepciones: las escuelas y sus variables dispositivos de pase con sus respectivos argumentos para proclamarse como auténticas o más acordes con ese deseo de Lacan de 1967.
Es sumamente significativa la estricta coincidencia temporal y conceptual entre Miller y Erik Porge[18], que siguió una trayectoria manifiestamente diferente de la del primero a partir de la muerte de Lacan. Esa coincidencia cubre incluso las palabras con las que se expresan. Mientras Miller proponía como título “Est-ce passe?”, Porge pregunta “Mais qu’est-ce qui passe? Où ca passe?” Y sigue preguntando “En quel temps? En quels lieux? (cit., p. 164)”. Con la misma seriedad que nosotros preguntamos y la misma claridad que leíamos en Aulagnier y en Miller. Después de resumir con prístina nitidez las distintas posiciones de Lacan ante el final de un análisis desde la primera en 1953 relacionada con el estadio del espejo hasta la última del seminario XXIV[19], Porge plantea:
“En 1953 Lacan no terminaba sus análisis como en 1976. En la retroacción de la enseñanza de 1976, parece que las versiones anteriores conllevaban errores, impasses, insuficiencias. Esto no significa forzosamente que en 1953 los análisis estuviesen peor manejados o fuesen menos efectivos que en 1976. Pero eso tampoco queda excluido. Para juzgar de una impasse en el pasado uno debe remitirse al estado del saber analítico del analizante y del analista en el momento del análisis y poder delimitar lo que es comparable entre una época y la otra.
“La cuestión es diferente si uno traslada las últimas consideraciones de Lacan a nuestra actualidad. No tomarlas en cuenta y por lo tanto funcionar según coordenadas anteriores plantea la cuestión si uno no se priva de medios en el análisis. O habría entonces que declarar que hoy, en 2010, estamos en condiciones de rebasar la versión de 1976 y de definir sus impasses.
“¿Quién se atrevería a hacerlo?” …
“Se desprende pues una pregunta: ¿puede hoy la pase continuar refiriéndose solamente a la versión de 1967?” (cit., p. 161)
Después de formular esa pregunta el discurso de Porge continúa, perspicaz, analizando los funcionamientos de la pase en las la multiplicidad de asociaciones que siguen la enseñanza de Lacan y adhieren a la “Proposición del 9 de octubre de 1967”. Constata que ellas difieren bastante: “Tanto desde el punto de vista de la intensión (el final del análisis) como de la extensión, han cambiado las condiciones de la pase” (cit., p. 163) Sigue llamativamente coincidiendo con J.-A. Miller en cuanto a la división no lacaniana de tres momentos claramente delimitados: la pase involucra el pasaje por tres tiempos y tres lugares separados: la cura, el dispositivo y la escuela. Subraya la confusión casi constante entre la pase y el dispositivo institucional de la pase que soslaya los otros dos momentos fundamentales a los cuales ya aludí cuando preguntaba: ¿quién quiere o requiere, a quién le importa, la pase: a) al analizante (pasante), b) al analista, o c) a la Escuela? ¿Para qué arriesgarse en una empresa que oscila entre la estelarización y la estercolización? ¿Quién puede desear uno de esos destinos, aunque cuando esa disyuntiva no sea forzosa y se abran otras posibilidades menos lamentables? ¿Qué tiene eso que ver con el deseo del analista, el tema que supuestamente debe despejarse al cabo de un análisis didáctico?
Porge insiste en disociar “la pase en la cura y su redoblamiento en el dispositivo. ¿Para qué un dispositivo?” (cit., p. 165) Y sigue con sus interrogaciones: “¿Hasta qué punto es posible hablar del dispositivo independientemente de la escuela a la cual él está ligado en el entendido de que se debe distinguir entre ambos y que no se podría aceptar su condensación en el único término de “la pase”? … Siendo variable el dispositivo en las escuelas o asociaciones ¿con qué razón puede uno hablar de la pase en singular?” (cit., p.171).
Podría seguir mostrando las contradicciones señaladas por Miller y por Porge (y tantos otros: la bibliografía es inagotable y bastante repetitiva, tenemos que admitirlo, confesando desde ya nuestro temor de incluirnos, con estas páginas, en ese conjunto).
Es hora de pasar a otro de los autores que consideramos señeros en el tema, miembro del tribunal (cartel) de aceptación desde el principio (1969) hasta la disolución de la Escuela (1980). Me limitaré a una sola de sus obras pues en varias se ha ocupado de la pase y de la autoautorización del analista. Ya lo mencioné cuando hablé de la propuesta que hizo votar Lacan en enero de 1969 (cf. n 4) redactada por él y unos pocos más: Moustapha Safouan que se ocupó del tema del fin del análisis a lo largo de los últimos 65 años y sigue haciéndolo hoy en su maravillosa y lúcida ancianidad. Su libro concluye de manera rutilante en la última página con la afirmación: “Pues el analista solo se autoriza por él mismo … hasta en su propia formación” [20]. A lo que habremos de agregar un colofón complementario en nuestra frase final.
La definición planteada desde el acta de Fundación de la Escuela acerca de una SECCIÓN DE ANÁLISIS PURO (así, en mayúsculas), propiamente dicho, que sería el didáctico fue algo que, dice Safouan, ni él ni su colega, lacaniano leal, Jean Clavreul, pudieron tragar (digérer) (cit., p. 329) lo que no les impidió ser fieles “al maestro”. Ambos vieron, junto con Serge Leclaire (cit., p. 333), cómo la Escuela, agrupada al comienzo en torno al discurso psicoanalítico se transformaba en un organismo corporativo. Así fue conceptualizada en asambleas públicas de la Escuela, por personajes tan radicalmente opuestos como Felix Guattari en 1970 (cit., p. 332) y Pierre Legendre en 1978 (cit., p. 356). En la reunión de Deauville, Legendre presentó una revulsiva ponencia con el título “Un amor de institución”. Ese encuentro “irónicamente” (cit., p 355) dedicado a “la transmisión” culminó cuando Lacan dijo que “la pase era un absoluto fracaso” y que “tal como ahora lo pienso, el psicoanálisis es intransmisible. Es muy molesto. Es muy ennuyeux que cada psicoanalista esté obligado —puesto que es necesario que esté obligado a ello— a reinventar el psicoanálisis”[21]. Una Escuela sociológicamente exitosa por el flujo de demandas de inscripción de quienes se presentaban para ser “miembros de una escuela donde el anuncio de que el analista solo se autoriza por sí mismo acabó por convertirse en un título”. (cit., p. 362) La propuesta y el dispositivo de la pase se hicieron tan atractivos que llegó el momento en que “los analizantes estaban más ansiosos por saber si estaban en la pase que en hacer progresar sus análisis”. (cit., p. 339)
Las consideraciones de Safouan sobre la Escuela (EFP), sobre el fin del análisis, sobre la decepción de Lacan y sobre la pase merecerían ser citadas in extenso. Hay que referirse al conjunto de su obra pero, en particular, en el libro que comentamos, al capítulo “La pase” que ocupa las 25 páginas finales (cit., p. 375-400).
Tras tantas disquisiciones es necesario volver a nuestro punto de partida: “El psicoanalista solo se autoriza por sí mismo” … agregando por supuesto su complemento “y con el concurso de algunos otros”, especialmente si aceptamos con Jacques Nassif[22] que esos otros no son otros psicoanalistas y que nadie tiene el derecho de decir “Yo soy psicoanalista”, sino más bien la obligación de manifestar “Yo no soy psicoanalista” que cabría, dado el caso, decir ya en la primera entrevista, cuando aun nada sabemos de la persona que nos consulta. Plantear que uno no es psicoanalista no es una denegación. Su implicancia es rigurosamente positiva: “No soy psicoanalista; yo soy alguien decidido a esforzarme junto a usted para la reinvención del saber psicoanalítico. Si yo no soy psicoanalista es porque usted mismo me ha forzado, dada la singularidad de su queja y lo particular de su síntoma, a no ubicarme entre los que saben por adelantado cuál es la clase de trastorno clínico que usted tiene, un trastorno ya registrado y clasificado en lo que se conoce de la teoría psicoanalítica” (cit. p. 115). En otras palabras que continúan a las de Nassif, diría: “yo no soy psicoanalista antes del momento en que usted, a partir de mi escucha, me habilite como tal”. En estas condiciones, la pase, la verdadera pase es el momento de la entrada del analizante en la transferencia y del analista en el discurso que le es propio, distinguido de los otros tres del cuadrípodo discursivo.
En ese libro cuya lectura nunca podría recomendar suficientemente, a tal punto es importante, Nassif advierte que el psicoanalista, avezado o experimentado, al proponerse como sabio en lugar de posicionarse como “supuesto saber”, cae de su sillón y, al mismo tiempo desmiente al psicoanálisis mismo como una disciplina transmisible. Es por ello que la “asociación de psicoanalistas que tuviese la desfachatez de querer presentarse como una ‘institución’ psicoanalítica debería garantizar precisamente que ninguno de sus miembros es en verdad un psicoanalista, sino oficiantes que tienen la pretensión de experimentar, con cada nuevo caso, la posibilidad de “que haya psicoanalista”, du psychanalyste, para recurrir al partitivo al que Lacan era tan afecto (cit., p. 62). Los miembros de ese o esos grupos de psicoanalistas son quienes tendrán que demostrar, caso por caso, que hay “el psicoanalista”, siempre listo para ser derrocado de cualquier pretensión de autorizarse como tal por sus conocimientos, por algún escalafón, por algún procedimiento o por algún tribunal que sancione ese procedimiento… y, me permitiría agregar, por algún colectivo que lo promueva como “estrella” (agalma) o, en vez de estelarizarlo, se dedique a estercolizarlo (palea).
Leclaire[23] rechaza también, al igual que Nassif, aceptarse como un analista, pese a que así lo llamó Lacan en 1953: (Tu es un analyste) y desdeña lo que hoy implica “ser” un analista o aceptar el estatuto de analista: “Preferiría que se nos designe en términos administrativos más que en términos ontológicos; podríamos figurar en una nomenclatura como comisionados (préposés) para la escucha de lo no dicho”. (subrayado por el autor). “Eso no dicho, desde Freud, se llama inconsciente… hay una práctica que se ha propagado consistente en tratar lo no dicho y sus efectos.” Preguntado por la diferencia entre un analista lacaniano y uno que no lo fuese o que fuese de la IPA, respondió: “Ser psicoanalista no permite ningún apoyo o especificación de obediencia o pertenencia … es más, se evita o escamotea la verdadera pregunta ¿Qué es un psicoanalista?” Y arriesga la respuesta: “Un sujeto que no se toma por alguien, ni por un personaje ni por un todo único … basta que se esfuerce por seguir siendo siempre otro para sí mismo”. Es notable ver aparecer aquí este lui même tan próximo al de nuestro aforismo[24].
Hay que revisar ahora un capítulo emblemático y bastante conocido de la historia del psicoanálisis: hace ya 30 años, en 1990, Serge Leclaire[25] propuso crear una instancia ordinal de los psicoanalistas, reuniéndolos a todos, independientemente de sus procedencias y antecedentes, en una instancia ordinal que pretendía adelantarse a las legislaciones europeas y de cada estado nacional que pretenderían legislar sobre la profesión de los psicoanalistas reconociendo, ya entonces, “que el psicoanálisis se confronta con el inmenso movimiento de racionalización técnica y científica que se apodera de todos los campos de la actividad humana y está expuesto a los fantasmas y a los ideales de potencia y de transparencia, de programación y de eficiencia que acompañan a este proceso. Creyendo encontrarse ante la necesidad de justificar ante las ciencias su existencia y su utilidad, el psicoanálisis podría sentir la tentación de imitar esa lógica y su forma de racionalidad.” Agregaba profetizando: “Como este proyecto se sitúa de aquí en más en un mundo configurado por el poder de la informatización y la automatización y como cada uno tendrá que vérselas con las consecuencias opresivas de esta empresa, el psicoanálisis debe, ahora más que nunca, sostener su proyecto.” (cit., p. 328)
Insistía Leclaire en la singularidad de la práctica y en la necesidad de la formación de los analistas pasando por el clásico trípode del análisis personal, el control y el conocimiento de la historia y de la teoría para que esa “ordinal de los psicoanalistas” pudiese tomar sobre sí la cuestión del “reconocimiento y la habilitación”, fundándose en el principio primordial de la aceptación del otro como diferente y participante de una alteridad tan constituyente como inalienable, oponiéndose de tal modo a las fuerzas dominantes de los sistemas de pactos y alianzas que constituyen, bajo el emblema de la fraternidad, lo ordinario del lazo social. Incitaba a la unión de los analistas en torno a esa ética del reconocimiento de la singularidad original de todo sujeto, irreductible y opuesta a la tendencia general a hacer del otro un semejante. “Para cada psicoanalista el otro es siempre diferente, sujetado por su historia a la Historia, estigmatizado por su asunción individual de la diferencia entre los sexos, determinado por su lengua secreta y original, la de sus más precoces invenciones olvidadas.” (cit., p. 332-333) La razón esencial de esa instancia ordinal era la de asegurar y garantizar la no injerencia del Estado y de la administración (la Seguridad Social, entre otros) en una relación que debía ser íntima y secreta por contrato. Quería “afirmar los principios de la acción psicoanalítica frente a la hegemonía creciente de las neurociencias y de la psiquiatría molecular, su oposición al formalismo informático de los DSM y especificar la diferencia entre el acto psicoanalítico y el acto médico”. (cit., p. 334) Sus palabras no podrían ser más clarividentes al observar la situación actual.
Es conocida la tempestad de objeciones que desató su propuesta. Ellas fueron reproducidas en el volumen I de los Escritos para el psicoanálisis que estoy reseñando así como las respuestas que dio a las objeciones que se le hicieron y que terminaron por nulificar su intento. Los representantes de diversas asociaciones lacanianas le reprocharon que de ese modo se acabaría el conocimiento de la historia que llevó a los distintos cismas entre los psicoanalistas franceses (y europeos en general). Se le sugirió que su postura derivaba de la estructura de su personalidad y de sus intereses ya que, cosa rara, no había encontrado un lugar para él mismo en ninguno de los grupos existentes. Respondió que “un grupo analítico que no puede resolver su conflicto si no es mediante una escisión traiciona su naturaleza de grupo analítico” y que eso es lo que él pudo apreciar tanto en 1953 como en 1963: “Si el grupo analítico solo consigue sostener los conflictos y los odios, todo eso que los analistas profesan como lo que han de tratar en su profesión, es que hay algo que no funciona y que los lleva a despistarse (déraper)”. Sin llegar a condenarlos se preguntaba, a la vista de las escisiones y las divisiones, si no trataban sus problemas “del mismo modo que un partido político o una iglesia”. (cit., pp. 338-339)
Cuestionado sobre la validez de la escisión de 1953, cuando Lacan, Dolto, Manonni, el propio Leclaire y muchos otros salieron de la Sociedad Psicoanalítica de París para fundar la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, respondió que quería hacer la prueba de que aquello no fue un cisma sino una reapertura a una diversidad de prácticas que es lo común entre los pioneros y que él anhelaba superar esa escisión: “Si se pregunta a los psicoanalistas de hoy (1990), nueve de cada diez contestarán que no están involucrados en los asuntos pasionales de sus mayores… Para ellos las escisiones derivan del conflicto institucional y no de desviaciones ‘heréticas’” (cit., p. 345). La propuesta de la ordinal de los psicoanalistas no tendía a difuminar las diferencias, a olvidar las historias de cada grupo y de sus orígenes, sino a respetarlas uniéndose a la causa común de preservar al psicoanálisis de la injerencia del Estado y a la inclusión del mismo en el magma de las “psicoterapias” que hoy llamamos “terapias cognitivo-conductuales” e incluso a la exclusión del psicoanálisis de los métodos aprobados por las instancias oficiales para tratar los “trastornos mentales” o para estar incluidos en la enseñanza que se dispensa en las universidades. Concluía el diálogo con uno de sus impugnadores, procedente de la ECF (la Escuela de Miller) diciendo: “Deseo que los psicoanalistas se den los medios para reconocerse entre ellos y así expreso mi anhelo”. (cit., p. 348). En ningún caso, insistía, se trataría de una superinstancia que anularía a las asociaciones existentes.
Su respuesta fue cabal cuando otros impugnadores (Alain Finkielkraut y Patrick Guyomard) lo volvieron a cuestionar sobre su no integración a ninguno de los grupos existentes: “He sentido, y no soy el único que puede testimoniarlo, que el interés dominante en cada una de estas instituciones es el de defenderse contra la institución de al lado y que así se generan vínculos de pertenencia y también de obediencia” (cit., p. 361). La discusión con ellos, como no podía ser de otra manera, regresó a la frase de que el analista solo se autoriza por sí mismo y la desconfianza que ella podía generar sobre la práctica analítica en el público en general y en las instancias administrativas en particular con respecto a lo que, de todos modos, es un oficio y un oficio lucrativo que no puede aspirar a un estatuto de extraterritorialidad legal y fiscal. Guyomard reconocía la dificultad: “Lo que Lacan quiso decir al afirmar eso es que las garantías que una asociación psicoanalítica puede dar es siempre muy defectuosa, extremadamente precaria, con relación a lo que puede esperarse de un psicoanalista en su práctica, siendo que él es el único responsable de su acto, del acto analítico en sus incidencias más concretas tales como el precio, frecuencia y duración de las sesiones” (cit., p. 357).
Es de lamentar que no aludiesen a lo que establecí en el principio de este texto: que la afirmación de Lacan se refería, no al analista en general, sino al analista de la (su) Escuela y dejaba de lado a lo que hacían los demás proclamados o diplomados como psicoanalistas. Que la cuestión no era el de la legitimidad del conjunto sino el de la especificidad de la transmisión en una institución que manifestaba abiertamente su diferencia y su discrepancia con las demás.
Por la competencia entre las asociaciones y sus modos de autorización y habilitación, no habiendo normas para el reconocimiento recíproco, con respeto de nuestras diferencias y nuestras historias, nos vemos llevados al grado de las “profesiones delirantes”, definidas por Paul Valéry, a las que Lacan aludió primero, ampliamente, en su tesis de doctorado[26] y luego, muy precisamente, en el texto que constituye el segundo y ya citado de los parerga de su célebre “Proposición”: “Situación del psicoanálisis en 1956” (cit.).
Con lo cual la frase:
“El psicoanalista solo se autoriza por sí mismo”… “y por algunos otros” puede transformarse en “El psicoanalista solo se autoriza por sí mismo, con algunos otros … al desautorizar a los demás”.
[1] Lacan, J.: Le psychanalyste ne s’autorise que de lui-même.”Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École”. Autres écrits. París. Seuil, 2001, p. 243.
[2] Un notable psicoanalista ecuatoriano, el Dr. Pedro Oyervide Crespo (fallecido en 2004) ha producido sobre este enunciado un texto brillante, de inexcusable lectura, “El psicoanálisis y su transmisión” que tuve el honor y el privilegio de publicar en dos oportunidades: a) Braunstein N. A., (ed.) Las lecturas de Lacan. México, Dos Velas, 1989, pp. 257-294, y b) Braunstein N. A., (ed.) Constancia del psicoanálisis, México, Siglo XXI, 1996, pp. 41-64. Este texto esencial, bellamente escrito, puede consultarse en línea, completo, en versión facsimilar, difundido con permiso del editor, en https://books.google.es/books/about/Constancia_del_psicoan%C3%A1lisis.html?id=4_fkrmLiEncC&redir_esc=y
- Oyervide indica que “la traducción castellana puede optar por tres modalidades: EL ANALISTA SE AUTORIZA SÓLO (solamente) DE ÉL MISMO; EL ANALISTA SE AUTORIZA SÓLO DE ÉL MISMO; EL ANALISTA NO SE AUTORIZA SINO DE ÉL MISMO. (Y puede convenir remplazar los “DE” por “POR”, forma gramaticalmente más correcta)”)
[3] Para desentrañar el aforismo de la autoautorización debemos comenzar por llamar a la gramática como testigo y juez de la sentencia: a) el género; “el psicoanalista” incluye a “la psicoanalista”, evidentemente (¿hace falta este adverbio?). b) el artículo; claramente definido, no indefinido; no “un psicoanalista” como el lector apresurado podría creer, el psicoanalista. c) el adverbio; “solo” que no se confunde con el adjetivo “solo”; en francés no hay ambigüedad posible: ne s’autorise que de lui-même. d) el número; singular: no podría hablarse de “los” psicoanalistas (de la Escuela) sino de cada uno de ellos.
[4] “Principes concernant l’accesion au titre de psychanalyste dans l’École Freudienne de Paris”, Scilicet # 2-3, 1970, pp. 30-33, redactado por M. Safouan, C. Dumézil y otros. Esos “principios” se conocen como “Proposición A”, junto a las proposiciones B y C que se reproducen en el mismo número. Esa proposición, sostenida por Lacan, fue votada por mayoría absoluta frente a otras dos.
[5] “Lettre à M. Jacques Lacan, Paris, le 26 janvier 1969”: el texto está en Scilicet, #2-3, (cit.) pp. 51-52.
[6] Jacques Lacan: “Acte de Fondation” [1964]. En Autres Écrits, cit., p. 230
[7] Lacan, J.: “Une procédure pour la passe”. En Ornicar? (nº 37) París, Navarin, 1986, pp. 7-12.
[8] Aulagnier, P.: “Sociétés de psychanalyse et psychanalyste de société”. París, Topique [1], 1969, pp. 7-46. En español: dos ediciones y dos traducciones: México, Siglo XXI, (1994) y Buenos Aires, Trieb, 1980. Cito, prefiero, esta última, la de Irene Agoff.
[9] Dumézil, C.: À l’école du sujet. Éthique, dispositifs instituants, désir d’analyste, nomination. Toulouse, Érès, 2003, p. 97.
[10] “Proposition…”, cit. A.É., p. 244. “Un analyste-praticien n’y est enregistré au départ qu’au même titre où on l’y inscrit médecin, ethnologue, et tutti quanti”.
[11] Lacan, J.: Le Séminaire. Livre XXII. Les non-dupes errrent. Sesión del 9 de abril de 1974. (Inédito. Transcripción de “un grupo de sus alumnos”, 1981, p. 127). “Même si l’analyste ne s’autorise que de lui même, cela ne veux pas dire qu’il soit tout seul à le décider. Il s’autorise aussi de quelques autres”.
[12] Lacan, J.: “Situation de la psychanalyse et formation du psychanalyste en1956”. En Écrits. París, Seuil, 1966, pp. 459-486
[13] Le Robert: Dictionnaire historique de la langue française. París. Le Robert, 1992, p. 1442
[14] Le petit Robert de la langue française. París, Le Robert, 2004.
[15] Safouan, M.: La psychanalyse, Science, Thérapie – et Cause. Vincennes. Thierry Marchaise, 2013, p. 330
[16] Aulagnier, P.: El sentido perdido (cit.,) Buenos Aires, Trieb, 1980, p. 7 y p. 35
[17] Miller, J.-A.: “Est-ce passe?”. En La Cause freudienne, 2010/2, #75, pp. 83-89
[18] Porge, E.: Lettres du symptôme. Versions de l’identification. Toulouse, Érès, 2010, pp. 150-182
[19] Lacan, J.: L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre. En: L’une-bévue, Paris, nº 21, 2003-2004, sesión del 14 de diciembre de 1976.
[20] Safouan, M.: cit., p. 400
[21] Lacan. J.: En: 9e Congrès de l’École Freudienne de Paris sur « La transmission » . Lettres de l’École, 1979, n° 25, vol. II, pp. 219-220.
[22] Nassif, J.: Pour une clinique du psychanalyste. Rimini (Italia), Polimnia Digital Editions, 2017
[23] Leclaire, S.: “Préposés, encore un effort!. En Écrits pour la psychanalyse I. Estrasburgo y París, Arcanes, 1996, p. 304
[24] Leclaire, S.: (En L’agenda de la psychanalyse nº 1, 1987-1988). En Écrits I… cit., p. 323
[25] Serge Leclaire, Écrits I … cit., pp. 327-378
[26] Lacan, J. [1932]: De la psychose paranoïaque dans ses rapports à la personnalité. París, Seuil, 1975, p. 278. En español: De la psicosis paranoica en su relación con la personalidad. México, Siglo XXI, 1978, p. 252